CORRUPCIÓN Y DEMOCRACIA

Como la corrupción es la acción y efecto de corromper o corromperse, busco en el Tesoro de la Lengua Castellana o Española de  Sebastián de Covarrubias (impreso en 1611) la voz Corromper, del verbo latino corrumpo, contamino, vitio, destruo. Y ejemplificando, corromper las buenas costumbres, estragarlas. Corromper los juezes, cohecharlos. Corromper las letras, falsarlas. Corromper la donzella, quitarle la flor virginal; es decir, estragar, mudar, romper, contaminar, viciar, pervertir, pudrir.

Ahora tengo más claro qué es eso de la corrupción que parece haberse instalado en nuestra sociedad como si formara parte inherente de la vida democrática, al punto que si uno se refiere al gobierno, da igual de qué signo o de que nivel administrativo hablemos, enseguida se sobreentiende que a ese gobierno le acompaña el ejercicio de la corrupción política y administrativa.

En términos generales, la corrupción política es el mal uso público (gubernamental y administrativo) del poder para conseguir una ventaja ilegítima, generalmente secreta y privada. En un sentido moral se considera corrupción al desorden o abuso introducido en las actividades humanas, en la realidad económica, las prácticas sociales, la esfera del ocio, el mundo del trabajo, las acciones del gobierno, pervirtiendo la naturaleza y los fines de la vida política. A propósito de la corrupción en democracia, esta misma semana se ha publicado el libro póstumo de José Vidal-Beneyto “La corrupción de la democracia” donde aborda la problemática de la corrupción radical de la democracia, empezando por su causa más obvia, “la deriva de todos los valores públicos”, para continuar con un análisis de “la quiebra de la política”, de “los conflictos y alternativas” y de “los avatares de los sujetos” hasta culminar en “los desafueros del capitalismo”.

El catedrático de sociología José Vidal-Beneyto, fue discípulo de Merleau-Ponty, Raymond Aron, Karl Lowith y Theodor Adorno y hasta su muerte dirigía el Colegio de Altos Estudios Europeos Miguel Servet, con sede en París. Había participado en la fundación de El País y formaba parte del Consejo Científico de Attac España. De él dice Federico Mayor Zaragoza (in memoriam), que promovía la “resistencia crítica” para estimular el debate y adoptar las decisiones oportunas, tanto a escala personal como colectiva, intentando a pesar de los pesares, la puesta en práctica de los valores fundamentales, y denunciando la postergación y disfraces que hacen a la democracia “vulnerable”. Creía tenazmente en la emancipación individual como requisito para evitar que la sociedad civil fuera, en lugar de líder y portavoz, coartada de los poderes oligárquicos. La diversidad, hasta el límite de la unicidad, es nuestra riqueza; la unión de unos cuantos principios universales, la fuerza.

A mi modo de ver, no se equivoca Mayor Zaragoza al recordar a su amigo pues desde hacía unos años podíamos leer en sus análisis sobre la perversión de la democracia que la corrupción había alcanzado desde los principios y valores de la misma, hasta sus símbolos más conspicuos como la monarquía, entregada de este modo la sociedad a las solas actividades de comprar y vender, que son las propias de la condición mercantil en que nos ha confinado el mercado. Función que ha transformado nuestra vida colectiva en un paisaje frágil y tedioso, en el que lo público y lo privado parecen jugar al escondite, después de haber perdido un notable porcentaje de los rasgos diferenciales de sus identidades contrastadas y después de haber dejado atrás todas las consideraciones ancladas en la moral y el bien común, y de haber consagrado como únicos objetivos el negocio y el beneficio. Es decir, después de haber abierto de par en par las puertas a la corrupción y de haberse abrazado al estragamiento de principios y prácticas. Que alcanzó primero a los actores económicos en su totalidad y luego, en una especie de ósmosis imparable se extendió al conjunto de la sociedad civil y en particular a los políticos.

La corrupción se ha manifestado a través del uso ilegítimo de información privilegiada permitiendo hacerse con ventaja, a amigos y parientes, dueños de los bienes públicos; a través del tráfico de influencias, el amiguismo, el compadrazgo y el caciquismo que crean dependencia y clientelismo entre las personas y las organizaciones de la sociedad civil; a través del nepotismo, la prevaricación y la impunidad que crean indefensión en la moral y la ética de las personas. Y así llegamos a una realidad estructural de nuestra democracia donde los principios de la acumulación de dinero y beneficios junto con el consumo suntuario y el lujo son las dos vectores que mueven a cuantos se asoman a parcelas de poder político y económico enfangando la vida social con sus artes.

Vidal-Beneyto señalaba como la base sobre la que se cimenta esta estructura propicia a la corrupción venía determinada por los grandes organismos económicos mundiales, celosos guardianes del credo liberal (Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial, Organización Mundial del Comercio, Departamento del Tesoro de Estados Unidos y Ministerios de Hacienda de los principales países occidentales), y cuya sustancia se resume en estos tres principios: 1). Libertad total para los intercambios de bienes, capitales y servicios. 2). Desregulación absoluta de la vida económica sin ningún tipo de reglas. 3). Reducción drástica del gasto público, establecido en volúmenes mínimos y sometido a rígido control presupuestario sin ninguna excepción. España, como el resto de los estados europeos, camina en esta dirección asumiendo este último principio de reducción del déficit de las cuentas públicas. Un déficit creado por las instancias financieras, los mercados, los políticos y administradores públicos que han hecho de la corrupción sus señas de identidad. Pobre democracia donde la libertad se instala sobre la igualdad y no la acompaña.

PEDERASTIA y HOMOSEXUALIDAD

Una primavera en pleno ruido social, más bien atronamiento, gracias a la atmósfera creada por la crisis económica, a la que se suman los casos del juez Garzón por investigar los crímenes del franquismo, la corrupción en las filas del Partido Popular desde que anidara en los gobiernos de Aznar, las guerras interminables en Afganistán, Pakistán, Irak, Palestina, los abusos de poder, la violencia de género y contra el diferente, etc., etc., etc. En definitiva, una primavera con todo un sinfín de titulares con los que amenizamos nuestros días, y en donde no puede faltar un grupo institucional que presume de inmanente, permanente e infalible: la cúpula de la iglesia católica.

Porque para los prelados y altos cargos de la curia, las manifestaciones de carácter público son su sustento moral. En este cometido están las manifestaciones de los altos cargos de la jerarquía eclesial, como el secretario de Estado Tarcisio Bertone, que relacionó en Chile homosexualidad y pederastia. Como esas manifestaciones trajeron cola, el portavoz del Vaticano Federico Lombardi, salió a apagar el fuego con nuevas declaraciones pretendiendo matizar las palabras de Bertone, señalando que este se refería tan sólo al ámbito de la iglesia y no de toda la población.

Acabáramos, son los curas homosexuales quienes practican el abuso deshonesto de los niños; es decir, los sacerdotes pederastas practican el abuso sobre los niños porque son homosexuales, por que en lo referente a la homosexualidad las autoridades eclesiásticas no estiman de su competencia realizar afirmaciones generales de carácter específicamente psicológico o médico, para las cuales remiten a los estudios de los especialistas y a los expertos en cada materia. Caramba, la homosexualidad es cosa de expertos en diagnósticos sobre normalidad/anormalidad, sobre salud y enfermedad; es decir, entienden que la homosexualidad es una patología sobre la que la iglesia no se pronuncia porque no se siente competente.

Pues vaya, este bombero pretende apagar el fuego arrojando gasolina, aunque no es la primera vez que el Vaticano relaciona homosexualidad y pedofilia. Lo hizo el promotor de justicia (fiscal) de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Charles Scicluna, cuando dijo que de los tres mil casos de abusos a menores analizados desde 2001 en su despacho, el 60% son actos de efebofilia, es decir, de atracción por adolescentes del mismo sexo, y otro 30% de tipo heterosexual. La distinción técnica entre efebofilia y pedofilia, que gradúa las penas canónicas que aplica el Vaticano, sirve así para minimizar el fenómeno y suavizar las condenas.

Condenas eclesiásticas, condenas por los pecados cometidos y no condenas penales por los delitos de violencia y abuso sobre menores. En esa disposición está Benedicto XVI ahora que todo sale a la luz, cuando sigue hablando de pecados y no de delitos: “Los cristianos, en los últimos tiempos, hemos evitado la palabra penitencia, que nos parecía demasiado dura. Ahora, bajo los ataques del mundo que nos hablan de nuestros pecados, vemos que es necesario hacer penitencia y reconocer lo que hay de equivocado en nuestra vida”.

Y es que el problema viene de lejos, de cuando se llamaba Ratzinger e investigaba los abusos de sacerdotes, sosteniendo que los clérigos acusados no debían ser entregados a las autoridades seculares. En 2001, escribió de forma confidencial a los obispos de todo el mundo, que primero se debía investigar en el más absoluto secreto y dentro de la iglesia a fin de evitar la histeria del público y la publicidad en los medios. Pero el secreto es un lujo que ya no está a disposición de Benedicto XVI. Las recientes revelaciones de escándalos de abuso sexual en Europa han roto la percepción de que los sacerdotes depredadores son una anomalía de América. Cientos de acusaciones, de Irlanda, Australia y ahora Europa están profundizando en la crisis de una jerarquía eclesiástica que nunca estuvo con la iglesia, todavía empeñada en salvarse sin el concurso de la sociedad.