LAS VACACIONES

Otra vez la duda de si nos vamos o nos quedamos. Todavía indecisos, nos movemos por impulsos colectivos que, alimentados por la publicidad, nos llevan y nos traen de un lugar a otro, y todo durante tres escasas semanas que son el mínimo reglamentado para los trabajadores activos. Trabajadores que hacen números con su paga extraordinaria a fin de dar salida a todas las manifestaciones de consumo con las que les han alimentado con anterioridad. Y así, según sea nuestro nivel adquisitivo y capacidad de afirmación, elegiremos un lugar del planeta, del continente, del país o de la provincia para sentar nuestros reales. Unos se irán a países lejanos y otros al pueblo cercano. Unos se moverán constantemente y otros se harán sedentarios en un lugar. Unos a la montaña y otros al mar. Solos o bien acompañados de nuestra pareja o de nuestra familia emprenderemos un viaje con retorno.

Por su parte, menores y jubilados se disponen a sufrir y gozar en este tiempo que se ha declarado como de descanso, y que contradictoriamente es de hiperactividad y trabajo para estos colectivos. Unos por la fuerza y el ímpetu de su juventud y otros por la demanda de apoyo solicitado por los familiares, que descargan en los mismos las labores cotidianas de las que se sienten responsables el resto del año. Al finalizar este periodo vacacional observamos cómo se distinguen los diferentes colectivos según se manifiesten disgusto, cansancio, ansiedad o satisfacción, porque para todos, la vuelta a la cotidianidad no significa lo mismo, dependiendo de las expectativas que tengan y de la experiencia acumulada en esas fechas.

Para quienes no se desplazan por cualquier motivo, como el muy habitual de no disponer de recursos económicos, puede ocurrir que, sin embargo, dispongan de un capital cultural que les permite transformar ese tiempo no laboral en ocio creativo, que les alimenta su espíritu tanto como los desplazados alimentan sus cuerpos. Aunque no olvidamos que España aún tiene un agujero negro de incultura basada principalmente en la televisión e Internet, que desgraciadamente no satisface ni llena, pero contenta con artilugios de entretenimiento fugaz.

TRADICIONES FESTIVAS

Ya han pasado las fiestas locales, regionales, junto al puente y la semana, cuando no la quincena, en las que como manda la tradición, una buena colección de logroñeses parte con premura hacia las playas levantinas para recalar en la ciudad por excelencia que es Benidorm. Y esto a pesar de que inevitablemente hemos disfrutado, reído, jugado y representado todos los papeles que nos han dado en cualquiera de los escenarios festivos, y desde nuestra más temprana infancia hasta bien entrada nuestra adultez. También, llegados a este punto, nos hemos aguantado, aburrido y sufrido con las mismas fiestas en las que antaño nos sumergíamos con pasión.

Y es que, en definitiva, en tiempos de masificación y estandarización de las fiestas nos encontramos en ese espacio-tiempo liminal en que ni amamos ni odiamos el periodo festivo, pero que nos impele a huir, a salir y encontrar una oportunidad de disfrute del tiempo de fiesta, aunque en otra dimensión alejada de la que nos propone periódicamente la ciudad. Siempre hay esperanza.

Si tuviéramos más vuelos o más trenes, con salidas programadas a los diferentes lugares que se  representen como la antítesis de la cotidianidad del acontecer festivo, ya conocido e interiorizado tras un cúmulo de experiencias de todo tipo, estoy convencido que la ciudad quedaría convertida en ese gran teatro, en el que salvo los actores, todos los asistentes son paradójicamente ajenos a la ciudad y a su tradición festiva, la cual encuentran estimulante, mientras que los lugareños serían los foráneos en sus destinos, que disfrutarían por su novedad.

De todo esto son conscientes las agencias de viaje, que ya desde el comienzo de la primavera promueven tours y/o viajes individuales para todos aquellos ciudadanos que saben aprovechar la ventaja del tiempo festivo local para salir, precisamente de ese entorno inhábil para el trabajo, pero válido para el ocio y el descanso. Y no sólo la hostelería, también las compañías teatrales, musicales o de danza, aprovechan ese tiempo festivo para expandir sus actuaciones y aumentar su bolsa y prestigio. Y es que hay tradiciones festivas que crean empleo y riqueza, expandiéndose por toda la geografía del turismo patrio.

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EL VALLE DE LOS INGENIOS

 

Estando en Trinidad (Cuba), no podía desperdiciar la oportunidad que me brindaba el ferrocarril para conocer el Valle de los Ingenios, declarado Patrimonio Cultural de la Humanidad desde 1988, junto con el Centro Histórico de Trinidad. El valle es un verdadero museo de la industria azucarera cubana, con las ruinas de ingenios, torres, calderas y otras instalaciones. En este valle, desde el siglo XVII hasta el XIX, se asentó la aristocracia criolla, que se dedicaba a la industria azucarera en gran escala, entre 75 mil y 140 mil arrobas de caña por caballería, basadas en el trabajo esclavo.

Esa mañana de camino a la estación, en el noreste de la ciudad, sorteando puestos de jugos, llegué hasta una pequeña construcción que hacía las veces de sala de espera y expendeduría de tickets para el tren que nos llevaría primero a Manaca Iznaga y después a un ingenio azucarero convertido en museo.

Una vez acomodado y tras media hora de espera el tren arrancó hacia su destino, mientras en el bar encajado en una esquina del vagón, donde se servían cervezas y mojitos, un amable guajiro desgranaba todo su repertorio de canciones y animaba a cantar antes de pasar la gorra. En la zona existieron 44 ingenios de azúcar que le dieron tal auge económico a la región que Trinidad llegó a ser considerada la tercera ciudad en importancia en el país, después de La Habana y Santiago de Cuba.

Pude apreciar el paisaje durante el trayecto ferroviario hasta llegar a la hacienda de Manaca-Iznaga con su famosa torre edificada en 1816, y que, con sus 45 metros de altura, marcaba con su campana el inicio y fin de los trabajos en las plantaciones de caña de azúcar; aunque también me interpretaron que tenía como función vigilar a los esclavos que trabajaban en los cortes de caña.

La segunda parada la hicimos en un ingenio convertido en museo al aire libre y donde nos ofrecieron un zumo de caña delicioso con el que realizar el recorrido por entre las ruinas industriales.

FUMBAN

Aquella mañana tras un desayuno a base de café en sobrecito, leche en polvo y un poco de pan con nocilla nos hemos puesto de nuevo en camino hacia Fumban. Tiene gracia que en un país productor de café no podamos disfrutar del mismo y tengamos que tomar ese polvo liofilizado creo que importado de Suiza, pero, en fin, el desayuno no iba a ser lo peor de aquella mañana pues llovía intensamente, prácticamente jarreaba. Afortunadamente paró cuando llegamos a nuestro destino.

Fumban es una ciudad de Camerún, situada a 70 km al nordeste de Bafoussam. Considerada en Camerún como la Ciudad de las Artes, Fumban es la capital del Sultanato Bamún y uno de los centros artesanales de África.

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No ha sido muy largo el trayecto y ya desde la entrada vemos cantidad de puestos de mercado, primero junto a la estación de autobuses y después junto al palacio donde reside el Sultán de Bamún, y donde nos bajamos para realizar la visita al Museo situado en un lateral del propio palacio. El museo del palacio cuenta la historia de la dinastía de reyes Bamún, desde 1394 hasta la actualidad, con información sobre el más famoso, Ibrahim Njoya, que murió en 1933, después de haber creado a finales del siglo XIX, un alfabeto, un lenguaje secreto y una religión inspirada en la Biblia y el Corán.

Un gran arco se abre hacia el patio donde hay una estatua del rey Njoya, constructor del palacio, y un gran baobab en cuya parte trasera surge la escalera que da acceso al museo. En este patio ha sobrevivido una pared vieja, donde se encuentran escritos en orden cronológico los nombres de los diferentes reyes y sultanes que gobernaron bajo la tutela del administrador colonial (alemán y francés).

El Museo de Fumban, cuenta la historia de uno de los reinos más antiguos de África, a través de más de tres mil objetos de arte y objetos históricos de la cultura Bamún. Vale la pena porque se pueden ver los tesoros del museo, de las artes tradicionales y de la cultura (máscaras, recipientes para calentar el vino de palma, objetos de rafia, muchos grabados de notables por los que el rey reconocía su valor en la guerra.  En sus vainas talladas contenían sapos, símbolos de fertilidad, arañas, y símbolos de la pasión o el trabajo o la sabiduría, monos o serpientes de dos cabezas. Muchos frescos tallados recuerdan las guerras contra los Fulani y escenas de vida tradicionales Bamún: principalmente la guerra, el matrimonio y las ceremonias reales.

El Bamun, pueblo orgulloso y guerrero, acostumbraba a decorar su escudo con las mandíbulas inferiores de sus oponentes, tal y como se exhiben en el museo, junto a dobles campanas cuyo sonido estimulaban al combate a los guerreros, y cotas de malla. Sorprendentemente, las mujeres iban a la batalla igual que los hombres. Muchos cráneos de animales aparecen en las diferentes salas del museo, incluyendo algún hipopótamo muy impresionante. Son cráneos que los cazadores ofrecían como un presente al rey. La ropa tradicional está decorada con perlas, y caracoles y, por supuesto, no faltan junto al trono los enormes colmillos de elefante de más de 150 kg.

El guía nos fue muy útil para descifrar los significados de las esculturas que nos recuerdan que el pueblo Bamún conocía los secretos de la forja antes de que llegaran los alemanes; sin embargo, las salas que alberga el museo son demasiado estrechas y apenas permiten exponer un tercio de los más de 12.500 objetos que posee. Además, en el interior del palacio no sólo reside el sultán y su familia, sino que allí se reúne el tribunal de justicia tradicional, que se ocupa no sólo de los problemas locales, sino también a las bodas.

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Por esto el actual sultán Ibrahim Njoya Mbombo, décimo noveno de esta dinastía, llevado por el deseo de salvaguardar esta rica herencia dejada por sus antepasados, ha llevado a cabo la construcción de un nuevo museo lo suficientemente amplio como para sostener todos los objetos de la colección. Todavía en construcción cuando nosotros giramos visita, se encuentra al lado del actual palacio museo y su arquitectura representa en un conjunto los símbolos del escudo de armas del Reino, como son la campana doble (símbolo del patriotismo), la araña (símbolo del trabajo) y la serpiente de dos cabezas (símbolo del poder del reino).

La visita ha sido larga y minuciosa y a la salida nos han obsequiado cinco músicos con sus instrumentos tradicionales que han tocado un tema de boda, de modo que he terminado comprándoles un CD.

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A continuación, Abdoulah nos ha presentado a quien nos guiaría por el mercado hasta donde trabajan los artesanos locales. Nos han enseñado los pasos que dan hasta lograr el objeto que en buena medida acaban en mercados occidentales.

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En un lateral del mercado se encuentra la casa de los tambores, utilizada por el rey para convocar a su pueblo y reunirlo en la plaza o en el patio del palacio.

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EL TREN DE YAOUNDE A NGAOUNDERE (CAMEROUN)

La madrugada de ayer sábado me despertó el sonido del WhatsApp cuando uno de mis compañeros de viaje nos informaba de un terrible accidente ferroviario en Cameroun, preguntándose por la suerte de nuestro guía y amigo Abdoula, que utiliza habitualmente este medio de transporte, pues es el más efectivo para viajar desde la capital.

Afortunadamente no viajaba en el mismo y, además, la ruta de este tren accidentado era de Yaounde hacia el puerto de Douala y no hacia el norte, que es el destino que utilizamos en nuestro periplo viajero.

Leo hoy en las noticias (http://www.lemonde.fr/afrique/article/2016/10/22/cameroun-au-moins-70-morts-dans-le-deraillement-d-un-train_5018659_3212.html), que ha habido al menos 75 muertos y entre 500 y 600 heridos. El tren de la compañía Camrail, que tiene por accionista principal al grupo francés Bolloré, llevaba alrededor de 1.300 personas en los nueve vagones de los que se componía este convoy.

Es el mismo tipo de convoy ferroviario que tomamos nosotros, aunque en dirección norte hasta Ngaoundere, capital de la provincia de Adamawa, y desconozco cuánta gente viajaba en aquel tren de dieciséis unidades. En Yaounde una vez te acercas a la entrada, los viajeros se ordenan en filas, mientras los guardias controlan los billetes y ya no pasa nadie más (excepto los maleteros), pero en Ngaoundere la entrada supuso una batalla entre la multitud que se agolpaba en el exterior, a la espera que la minúscula puerta custodiada por guardias se abriera y nos diera paso. Y eso que nosotros éramos privilegiados por viajar en coches litera y no en el resto de los vagones, tan saturados como para observar gente apretada y semidormida sentada en los descansillos y pasillos.

Cuando logramos subir al tren, así como todos los bártulos que nos acompañaban (colchonetas, sacos de dormir, maletas, bolsas y mochilas), echamos a suertes las literas. Teníamos dos departamentos en cada uno de los cuales se apiñaban cuatro literas y otro departamento con dos literas. La duda entre personas que no se conocen y tienen que dormir en un pequeño cubículo es saber quién ronca, algo para lo que iba preparado con tapones y gafas procedentes de un viaje con Renfe.

Mientras esperamos que arranque el convoy (salía a las 7:15 de la tarde), paseamos por la estación mientras el manto de la noche nos va cubriendo (aquí oscurece a las seis). En las estaciones, está prohibido hacer fotos al ser consideradas “estratégicas”, como también ocurre con los puentes, las estaciones de energía o los peajes (mordidas) en la carretera donde hubiera militares.

Nos habían dicho que el tren podía tardar teóricamente unas doce horas, normalmente entre dieciséis y diecisiete para realizar los 800 kilómetros, por lo que nos habíamos aprovisionado de viandas y bebidas en un mercado camino de Yaounde, y donde nuestras compañeras hicieron las delicias de todas con su invitación a bailar, tarea a la que se brindan las camerunesas sin rubor. Cuando hicimos el trayecto de vuelta compramos una bandeja de desayuno para cada uno con pan, mantequilla, fruta, queso y té o café que en este coche te ofrecen, dada la saturación que observaba el coche restaurante.

La noche en una de las literas altas ha sido una pesadilla, gracias al aire acondicionado roto que no dejaba de envíame un soplo frío. Además, como no estoy acostumbrado al fuerte traqueteo de los viejos convoyes, te despiertas cada dos por tres, momento en que aprovecho para taparme y darme la vuelta en la mini litera; así, hasta que a las siete me he levantado y me he aseado un poco en el servicio, por cuyos sanitarios, pese a que son intermitentemente limpiados, me imaginaba habían pasado una legión de apurados y estreñidos.

Me advierten que llevamos un retraso de tres horas sobre el horario previsto y, no me extraña, pues en ese momento hacemos una parada interminable en una estación donde multitud de vendedoras de miel, mandioca, panecillos dulces y artesanías se acercan a las ventanillas con la esperanza de realizar negocio.

Aprovecho la parada para realizar algunas fotos que ilustran este recuerdo del tren de Yaounde hacia el norte, y que he recordado ahora tras recibir la noticia del desgraciado accidente del convoy hacia Douala.

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LAS CATARATAS SAGRADAS DE EKOM NKAM

Cuando nos despertamos en aquel motel de Melong (capital del café camerunés), pude comprobar que había presión suficiente como para ducharme, y que en el desayuno nos presentaban tortillas, fruta, café y pan con mermelada. Todo iba muy bien hasta que alguien me advirtió que yo era el único del grupo que no llevaba pastillas para la malaria y, como íbamos a pasar por zonas endémicas, no serviría de nada la única protección del Relex antimosquitos. Menos mal que el guía disponía de las pastillas suficientes que algún otro viajero había abandonado en su día.

Tras el desayuno nos encaminamos hacia les chutes d´Ekom, enclavadas en el territorio del pueblo Mbo, que sigue conservando costumbres animistas como el culto a los antepasados y el respeto por las deidades que habitan las cataratas sagradas del río Nkam.

La visita ha sido total, pues nos hemos dirigido primero al lugar desde donde se despeña el río (unos 80 metros), en pleno selva tropical, en medio de una vegetación densa y exuberante, y luego al lado opuesto desde donde se divisan las dos grandes caídas (en la época seca tan sólo hay una). La anécdota es que nos hemos encontrado con una producción cinematográfica de dirección austriaca, que estaba filmando un ritual religioso supuestamente del pasado, y que no nos ha dejado fotografiar ni a los actores ni el escenario que la producción había montado en medio de esa naturaleza salvaje. La cascada, ya sirvió de marco para el rodaje de algunas escenas de la película Greystoke, la leyenda de Tarzán, el rey de los monos, con Christopher Lambert.

Así, que como eran unos capullos los hemos dejado en paz, ya que ni siquiera nos permitieron reponer fuerzas tras la caminata que tuvimos que realizar; esto sin contar los cientos de escalones que tuvimos que bajar y luego remontar para hacernos alguna foto.

Ya en el pueblo visitamos al jefe de la comunidad tribal que cuida de los espíritus del agua y que nos recibió en su casa hecha de tablones. Presentamos nuestros respetos a toda la familia (muy numerosa), donde destacaban dos gemelas con sus respectivos hijos. Los gemelos son considerados una buen augurio, e incluso en el sultanato de Bamún pasan al servicio del sultán y adquieren riqueza y nobleza.

Dejamos al jefe y su numerosa familia para dirigirnos al establecimiento que hacía las veces de tienda, bar y estanco. Allí rodeados de madres, niños y adolescentes que nos observaban al principio con timidez pero luego con desparpajo, nos repusimos con las botellas de cerveza fría de la sed que arrastrábamos tras el el esfuerzo de la caminata.

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DOUALA-MELONG

En Douala, capital económica de Cameroun, no para de llover. Estamos en la época de lluvias (de abril a octubre), y a pesar del verano y las temperaturas tropicales, el chaparrón intermitente ha creado numerosos agujeros y baches en las carreteras de tierra que algunos chavales se animan a cerrar con paletadas de tierra a la espera de la moneda que los conductores les pudieran dar en agradecimiento.

Tras un desayuno abundante hemos cogido la furgoneta que nos traslada hasta el embarcadero donde tomaremos una piragua para hacer una excursión fluvial por el río Wouri, el «río dos camaroes» o de los camarones (gambas), mítico río por donde penetraron los primeros exploradores portugueses en el siglo XV, y que dio lugar a la denominación de los cameruneses.

En el embarcadero vemos la gran actividad extractiva de arena para la construcción , con piraguas y pértigas, dada la poca profundidad del río Wouri. Allí hemos tomado un refresco a cubierto mientras no dejaba de llover aunque ya nos hemos acostumbrado a mojarnos con los fuertes aguaceros y secarnos en cuanto para de llover y sale el sol. En el embarcadero hemos conocido a un rastafari que va a ser nuestro guía y cocinero en Bonendale, una localidad donde de modo disperso se agrupan las casas de pescadores y artistas, algunos con reconocimiento en el mercado europeo del arte.

Me han sorprendido los enterramientos de los douala o sawa, que debido a las diferentes creencias que conviven en Bonendale son de diferentes características, eso sí, siempre erigidas delante de las casas que habitaron. Algunas casas ya abandonadas tras la muerte del propietario se encuentran como las tumbas llenas de maleza y árboles que las invaden junto al musgo que trepa por sus paredes. Es todo un espectáculo ver las influencias religiosas de los diferentes propietarios en la construcción de sus tumbas observando diferencias entre evangelistas, musulmanes, cristianos y animistas, que igualmente disponen de diferentes templos . Admiro no sólo su respeto religioso, sino su modo de entender el mundo, la vida y la muerte.

Almorzamos en casa de la familia rastafari, al aire libre y con música reggae. La hija me enseñó de donde procedían algunos de los alimentos que íbamos a comer y cómo se manipulaban. Sobre la mesa se acumulan los platos de pollo y pescado junto a una verdura parecida a la espinaca, ensalada de zanahoria y cebolla y las patatas fritas. De postre la omnipresente piña, el mango, la guayaba, etc.

Tras el almuerzo volvimos a la carretera siguiendo la ruta hacia las tierras fértiles del oeste de Cameroun. La región suroeste fue donde se asentaron los colonizadores alemanes en el siglo XIX debido al buen clima (ausencia de paludismo) y a la fertilidad de la tierra (región volcánica). Las etnias de la zona son de habla bantú, y pertenecen a las etnizas Bakossi y Mbo. En el camino hasta Melong, capital del café camerunés y donde nos disponíamos a dormir, nos tropezamos con numerosos puestos de fruta fresca (piña, guayaba, plátano, sandías, papaya, cítricos, etc.).

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VIAJAR

Viajar es para quienes pueden viajar, porque de entrada no todos pueden viajar, sólo los occidentales y los ciudadanos de países reconocidos por éstos, y aun éstos últimos con dificultades, pues sus gobiernos pueden denegarles el pasaporte, y los gobiernos de los países de destino el visado. Y si pasan esos filtros administrativos, aun tienen otros que salvar como demostrar solvencia económica, adquirir plazas hoteleras y todo aquello que permita valorar que no se van a quedar una vez finalice el plazo establecido en el visado de entrada. Todos sabemos que los papeles que rellenamos en frontera no son sino una sarta de mentiras que necesariamente hay que firmar y que justifican la mala gestión administrativa, y así y sin empacho podemos decir que aceptamos todas las normas consuetudinarias, que no somos extremistas ni fundamentalistas, que venimos de visita y no a trabajar, así como todo  lo que les venga en gana a sus iluminados consejeros. Lo importante es declarar nuestro ánimo de contribuir a las arcas del país al que te diriges y que una vez agotados los recursos económicos nos iremos por donde llegamos porque de lo contrario nos declararán ilegales, carne de cárcel y expulsión.

Es verdad que hay muchos que consiguen pasaporte, visado y hasta disponen de recursos económicos para viajar seguros, pero sabemos que según sea el origen nacional algunos tienen vedados aeropuertos, puertos y estaciones. En este caso toman la incierta aventura de la inmigración irregular, pagan a los coyotes que les embarcan en botes inundables o piragüas de la muerte encomendándose a la naturaleza con la vana esperanza de llegar a la Europa que tanto han contemplado en las televisiones, gracias a los satélites de esas mismas potencias que ahora les niegan el paso.

Yo quería ir al Golfo de Guinea, concretamente a Douala (Camerún) y el viaje barato (low cost) consistía en coger la compañía Turkish Airlines que además de financiar el mundial de fútbol parece que también tenía dinero para una revista de papel couche de alto gramaje y fotografías a color de gran tamaño con el  desarrollo del autogolpe militar de Recep Tayyip Erdoğan  ofreciendo a los pasajeros de la línea  un recorrido visual desde las primeras noticias que aparecieron en occidente hasta el triunfo del eufemísticamente denominado moderado islamista Erdoğan. Toda la revista es patética y se encuentra en la línea publicitaria con la que se envuelven otros moderados dictadores y/o militares. Pobres millones de viajeros que una vez pensaron llegar a Europa y se quedaron a vivir en los campos de concentración turcos.

Me dicen que gracias a los vuelos baratos hay más gente que viaja a otros lugares del mundo, y puede ser cierto porque en los viajeros se cifra el beneficio de las compañías aéreas, pues aumentando la clientela lograron competir con ventaja frente a los compañías tradicionales cuyos resultados no están sólo función del número de pasajeros sino en función de los servicios prestados, por ejemplo mediante la distribución de los asientos creando un espacio por butaca superior a las lineas low cost, o destinos sin escalas o bien un tratamiento individualizado de los pasajeros, eso sí, distinto a los VIP, y los menús. Una estrategia reconocida fue limitar el número de aceitunas en los menús, lo que permitió un ahorro sustancioso en las cuentas de resultados al cabo de un año. Curiosamente  me fijé en que Turkish Airlines utilizaba en su menú dos aceitunas, una verde y una negra, todo medido con exactitud matemática para que las plusvalías sean las más ajustadas según criterios financieros de cada compañía.

Hoy día, con la crisis financiera muchas de aquellas compañías tradicionales cambian de estrategia y deciden la fusión entre ellas o su diversificación estructural uniendo a su flota de vuelos tradicionales otra flota de vuelos low cost, de modo que todas compiten en las mismas condiciones, con sus flotas de locos y de vuelos tradicionales, de modo que se organizan en torno a la demanda de dos tipos de pasajeros en función de su capacidad adquisitiva. A unos los consideran como de valor añadido y a otros los consideran de segunda clase embutiéndolos en paquetes turísticos del «Todo incluido».

Y luego están los aeropuertos, elementos que hasta ahora se consideraban subsidiarios de la implantación de líneas aéreas o vuelos regulares, pero que  con la publicidad del miedo y la paranoia del terrorismo han pasado a ser un elemento crucial en el gran negocio del viajar. Todos los pasajeros nos hemos visto de un modo u otro obligados a pasar por controles infames y humillantes y además obligados a pasar varias horas del viaje en estos interminables hormigueros humanos cuya única salida es la llamada del embarque, y donde la única opción vital que se ofrece es la del consumo. Con una clientela fidelizada durante horas, los aeropuertos se han convertido en un objetivo financiero y comercial de primer orden. Además el negocio estaba asegurado desde el momento en que construidos y pagados por los contribuyentes han sido malvendidos a grupos financieros, unas veces aduciendo pérdidas y otras ensalzando la eficaz gestión privada, ahora bien, sin la pesada carga de los trabajadores, los cuáles nunca entran en los acuerdos como no sea para  atender a sus despidos.

 

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