ADOLESCENCIAS

Últimamente leo que adolescentes sufren o provocan bullyng, están sujeros a adicciones (alcohol, juegos de azar, drogas, internet…), padecen agresiones sexuales o son violadores, tiene problemas de salud mental y piensan en suicidarse o lo consiguen. Un ejército de orientadores, terapeutas y psicólogos se han puesto a justificar sus empleos dictaminando y diagnosticando ese tiempo todavía nebulosamente indefinido que es la adolescencia, pero lo ciertto es que no hay una dolescencia, sino un universo de adolescencias, como ocuree con las fases liminales.

Hace un tiempo, tan solo el de unas pocas generaciones, el tránsito entre la infancia o periodo de dependencia de los adultos, y la juventud o periodo de adquisición de madurez, autonomía e independencia, se producía mediante ritos de paso construidos y valorados socialmente.  Sin embargo, se ha introducido un nuevo estado de transición entre la niñez y la juventud; un estado donde no se es ni lo uno ni lo otro y donde no se percibe la persona ni como dependiente ni como independiente. Es más bien un estado liminal.

Coincide este nuevo estado de transición, con la gran importancia de ser joven en el contexto de la sociedad de consumo. Precisamente este estiramiento de los límites temporales de la juventud hasta edades que antes fueron consideradas propias del periodo de adultez o de madurez, ha dado paso a la creación y desarrollo de este nuevo periodo en el desarrollo humano que sirve de transición entre la infancia y la juventud y al que se ha denominado adolescencia.

En este sentido, la adolescencia no tiene unos límites o marcadores temporales precisos y se mueve en la inexacta e incierta cronología que abarca desde la niñez hasta la juventud, es decir desde los once y doce años, hasta los diecinueve y veinte. Tal número de edades comprendidas en dicho intervalo puede resultar una manera muy arbitraria de clasificar a las personas, pero así podemos entender mejor el proceso de construcción de la identidad adolescente que necesariamente es diferente para cada persona comprendida en esas edades, obligándonos de este modo a hablar de adolescencias y de adolescentes y no de la adolescencia de forma genérica para determinar a todas las personas comprendidas en estos marcadores temporales.

La adolescencia como la juventud no es más que una palabra inventada para escenificar tránsitos a la edad adulta, es un dato biológico socialmente manipulado y manipulable, pues la adolescencia y la juventud en el mundo occidental, han dejado de ser etapas de transición para convertirse en construcciones sociales, en etapas vitales cada vez más alargadas por la difícil y retardada incorporación al mercado laboral, entre otros factores.

CUMPLEAÑOS

Celebramos los cumpleaños por rutina. Asumimos la función de cumplir años, como si esto supusiera un contrato que nos obliga el hecho de vivir, de seguir vivos y por tanto de celebrar la existencia. Pero ¿es que los muertos no cumplen años? Yo creo que sí, que también cumplen años y, unas veces conmemoramos el aniversario de su fallecimiento y otras celebramos su nacimiento. O quizás ni conmemoramos ni celebramos el cumpleaños del difunto. Porque, qué sentido puede tener recordar el paso del tiempo de una persona cuya existencia se mide en una eternidad, es decir, en lo contrario de un tiempo con duración limitada, de un tiempo contable y limitado por una existencia fugaz. Así pues, conmemoramos más el aniversario del fallecimiento que el nacimiento del difunto, y lo hacemos a través de la memoria de cuando estuvo vivo, mediante un homenaje que se basa en los recuerdos de la vida del ser fallecido, de los múltiples momentos, anécdotas e historias que cuajaron su vida.

Los muertos cumplen años desde su fallecimiento, mientras que el año del nacimiento se celebra entre los vivos, entre los que aun valoran el milagro de la vida. Y entre los vivos el cumpleaños pasa por distintas etapas a lo largo de nuestra existencia, porque si bien desde pequeños nos instruyeron en el ritual de celebrar el aniversario del nacimiento como un modo de ser mayor, de avanzar en la existencia y vivir desprendiéndonos de cuanto suponía la etapa infantil, adolescente y luego juvenil para ser definitivamente adultos, lo cierto es que una vez nos consideramos adultos vivimos los cumpleaños con un cierto deje de tristeza, porque los tiempos pasados se observan a partir de entonces con nostalgia, y porque la memoria comienza a dotar aquellos años de una pátina de felicidad. Y es que hacernos mayores, es contar los años que nos pueden quedar de vida y no los años que nos quedan para hacernos adultos, que ha sido la trampa en la que nos hicieron caer nuestros mayores cuando aún desconocíamos el valor del tiempo en la existencia finita de nuestras vidas.

LA APARIENCIA Y EL ESPEJO

Ya no me molesto en contestar y explicar la realidad a quienes se equivocan, cuando se dirigen a mi hijo de dos años con mensajes de este cariz: “qué bien estás paseando con el abuelito” o “qué bien te lo pasas con el abuelo”. Y es que, para algunos, mi apariencia es la de un abuelo y no la de un padre. Así que, si bien tengo una edad muy superior a la de su madre, nada menos que veinte años, lo cierto es que cuando me miro al espejo, no veo trazas de envejecimiento más allá de alguna arruga o alguna cana más. Además, el contacto con el peque me rejuvenece psíquicamente, de tal modo que no aprecio los achaques que considero propios de un viejo.

Por otra parte, no miro a los padres jóvenes que se reúnen con sus criaturas en los parques y espacios infantiles como mis iguales, pero sí busco entre mis coetáneos las huellas del envejecimiento. La pinta que tienen y que ven mis ojos, me indica que están envejeciendo muy mal, pues mi aspecto es mucho mejor, o al menos eso me parece. Quizás esa es la cuestión, que el aspecto es cosa que nos parece, pero no es.

En ocasiones he escuchado comentarios de carácter machista acerca de la mujer más joven emparejada con hombre de edad, a la que se le supone algún interés que nada tiene que ver con los sentimientos de amor o felicidad. Y viceversa, también cuando la mujer es de edad y el hombre es mucho más joven. De este modo, los prejuicios que se instalan en nuestra conciencia tienen mucho que ver con la apariencia, con el aspecto de las relaciones entre personas y, sin embargo, somos incapaces de apreciar la realidad que nos representa la mirada al espejo, porque este nos devuelve la figura y el semblante real que nos acompaña en nuestro deambular por la vida. Somos incapaces de aguantar el reflejo que nos devuelve esa mirada al espejo, y preferimos atenernos a la apariencia que los demás tengan a bien asumir como real y verosímil.

NO FUTURO

Ayer, víspera sanjuanera, temprano, me han sacado de la cama unas llamadas telefónicas inquiriendo por mi opinión acerca del bajón en los indicadores de natalidad el pasado 2009. Como además de dormido, un virus maligno me ha dejado temporalmente sin acceso a la información con la que parecían haberse sobresaltado los medios (TV y radio), he tenido que recurrir al bar próximo donde un café humeante y la prensa me han puesto sobre aviso.

Todo parece que tras unos años de leve crecimiento de la natalidad y de los índices de fecundidad (centésimas), la tendencia apuntaba hacia lo que ocurre en los países del norte de Europa donde se da un cierto equilibrio en la población que permite el relevo generacional; y aunque lejos aún, España, con el apoyo inesperado de las mujeres extranjeras y unas expectativas de seguridad laboral y crecimiento económico, podía augurar un futuro en el que aun sin alcanzar las cotas piramidales del baby-boom, o las propias del relevo generacional (2,1 hijos por mujer en edad fértil), sí caminaba hacia una sociedad más equilibrada en su pirámide o, mejor dicho, en su polígono demográfico.

Hoy, sin embargo, el brusco descenso de la natalidad ha disparado todas las alarmas mediáticas, pues es cierto que con el increíble y maravilloso aumento de las expectativas de esperanza media de vida, podría ocurrir que una de cada tres personas y no una de cada cuatro como sucede en la actualidad, podría ser mayor de sesenta y cinco años, lo cual desequilibraría las bases sobre las que se asienta nuestro Estado del Bienestar. Un desequilibrio agudizado por el hecho de que no toda la población potencialmente activa trabaja (ahora mismo dos de cada cuatro mujeres y tres de cada cuatro hombres), lo cual podría provocar que cada activo soportase a un no-activo (mayores de sesenta y cinco y menores de dieciséis años), algo difícil de sostener en una sociedad expansiva en servicios.

Las causas de este descenso de la natalidad en 2009 son tanto coyunturales (2008 fue el año en que se declaró oficialmente la crisis  y también el año en que se gestaron o se podían haber gestado los nacimientos del 2009), como estructurales (las mujeres españolas no proyectan el nacimiento de su primer hijo hasta que no tienen cierta seguridad –afectiva, laboral y de vivienda-, y por lo tanto dilatan esta decisión hasta los últimos años de su periodo fértil; por su parte las mujeres extranjeras tienden a integrarse en la sociedad de acogida y por tanto convergen con las mujeres autóctonas en sus expectativas).

Así pues, el descenso estaba cantado, pues el leve crecimiento sostenido en los últimos años sólo se podía apuntalar con una política decididamente familista, y eso en este país ni ha ocurrido ni va a ocurrir hasta que posiblemente nos encontremos en un nuevo ciclo de crecimiento económico y se tome en consideración una política que estimule la natalidad y el sostenimiento de la población.

A veces se aduce que las mujeres españolas al incorporarse al mercado laboral han subordinado las expectativas de maternidad a su carrera profesional. Y es cierto, pero puntualizando, pues las mujeres que trabajan son poco más de la mitad de la población activa femenina, todo lo contrario de lo que ocurre en los países nórdicos donde trabajan tantas o más que hombres y, sin embargo, tienen índices de fecundidad hasta cuatro y cinco décimas supriores a los de las españolas. Qué ocurre?, pues que sus empleos son buenos y seguros, es decir, son de calidad y ofrecen reconocimiento y fijeza. Ocurre también que reciben el apoyo de sus parejas, las cuales se corresponsabilizan en el cuidado, crianza y educación de sus hijos (algo que aún no conocemos los españoles mas que en el cine). Ocurre que la administración y las empresas apoyan la conciliación familiar mediante toda clase de servicios para la guarda, crianza y educación de los hijos, mediante horarios laborales flexibles adaptados a las necesidades de los padres, remunerando el tiempo ocupado con los hijos y guardando el empleo para cuando los padres se reintegran al trabajo. En fin, una serie de medidas ajenas a la política y la sociedad española, que aún sigue depositando en la mujer todas las expectativas de sostenimiento generacional.

El No Futuro surgió cuando grupos de jóvenes vieron que su futuro era negro, faltaba el empleo, la vivienda y las oportunidades, rebelándose contra todo lo establecido. En España, parece que son las mujeres quienes han dicho basta y se han vuelto punkies proclamando el No Futuro.

EL AZAR

Cualquier actividad, incluso la más planificada u organizada está sometida al azar. Nuestra vida no depende exclusivamente de nuestra voluntad, de las directrices de la organización política, económica o social en la que estamos jugando desde hace mucho o poco tiempo y que nos indican el camino a seguir. Nuestra vida y nuestros actos están sometidos al azar, y como en la película de Woody Allen “Match Point” la pelota de tenis rueda por el borde la red hasta que finalmente cae de un lado u otro significando la victoria y la derrota y, en definitiva, el fin del juego y el partido para cada uno de los jugadores. En este film, Woody Allen deja muy claro que ni siquiera los crímenes tienen castigo porque el azar incluso puede cambiar los resultados esperados de las acciones y el comportamiento de las personas. En cualquier caso, la irrupción de lo que denominamos suerte pero que no es otra cosa que el azar, puede cambiar nuestro futuro y devenir.

Aun sabiendo de la existencia de esta combinación de casualidad y capricho interviniendo en nuestras vidas, no por ello pensamos que estamos predestinados o determinados (salvo algún calvinista recalcitrante), sino que admitimos que la vida es un juego donde como jugadores analizamos las diferentes estrategias, tanto propias como ajenas, con el fin de adoptar decisiones que nos permitan acabar con las incertidumbres y obtener los resultados apetecidos. Ya en 1944 se publicó el libro “Theory of Games and Economic Behavior” obra de un matemático, John von Neumann, y un economista, Oskar Morgenstern, y desde entonces no solo matemáticos y economistas, sino politólogos y sociólogos han desarrollado esta teoría de los juegos, aplicándola a diferentes modelos. En política, los partidos básicamente tratan de buscar al votante medio, conocer sus gustos preferencias, intereses, principios, valores, etc., para maximizar el discurso político adoptando cuanto puede ser propio de ese votante medio a partir del cual obtendrán la ventaja electoral sobre otros partidos, ya que sumarán los votos a la derecha e izquierda de ese votante medio.

Sin embargo, en el desarrollo de la teoría de los juegos,  la política no parece que cuente con la masa de votantes sobre la que organizar los modelos. En estos momentos los llamados votantes muestran en numerosas encuestas el hastío y el cansancio por el juego de los partidos políticos, las disputas partidistas, señalando el bajo perfil de sus líderes, incapaces de conectar con su vida y existencia. Una existencia donde se mezclan situaciones de desamparo tan crueles como los hogares donde todos sus miembros están parados, donde se realquilan habitaciones para sobrevivir, o donde los hijos retornan a la casa de sus padres jubilados para compartir la rala pensión de jubilación. Donde la austeridad y el ajuste de su economía no les permite desde años salir una semana de vacaciones o salir por ahí una vez al mes. Donde una economía de guerra les lleva al consumo de productos, llamados blancos eufemísticamente, o bien a cambiar de dieta (para muchos una dieta proporcionada por el banco de alimentos).

Donde se acaba la prestación por desempleo y no existe otra clase de subsidio (por ejemplo una renta mínima de inserción, o subsistencia, o de ciudadanía, que el nombre para el caso da igual); donde la red que amortiguaba la exclusión se hace más pequeña y sólo el azar puede impedir verte en la calle. Donde la edad (mayores de 45 años), el género (mujeres), o la nacionalidad (inmigrantes), pueden ahondar más el abismo al que se precipitarán quienes muestren algunas de estas señas de identidad. Donde los autónomos ven perder sus negocios o sus trabajos porque nadie les compra o les reclama y como no disponen de prestaciones echan manos de los ahorros, si los tienen, hasta que los agotan.

Cuando las ONGs, las asociaciones, la red social y familiar se acaba o da signos de agotamiento algunos despliegan toda clase de estrategias de supervivencia, otros se desesperan y piensan en robar, y también hay quienes confían en la suerte y el azar y deciden jugar. Sin embargo, en esto de los juegos de lotería la suerte parece sonreír también a los políticos. En La Rioja, el consejero de presidencia, señor Del Río, lo puede atestiguar; pero quizás, el más emblemático en estas fechas ha sido el presidente de la diputación de Castellón, el señor Fabra, un hombre afortunado al que en unos pocos años le sonrió con acierto la lotería en más de una ocasión (la última en el sorteo del niño le reportó un premio de dos millones de euros).

El señor Fabra debió pensar que aquello de afortunado en el juego desgraciado en amores no iba con él, pues la fortuna acompañaba a todo el clan familiar; pero mira por dónde intervino una vez más el azar para estropearle un futuro tan venturoso. En su fuero interno sabía que en el partido son tantos los corruptos y chorizos que utilizan el poder político para forrase, que sus actos pasarían desapercibidos en el conjunto amplio de correligionarios inmersos en tanta actividad delictiva. ¡Ja!, la bola de partido no podía seguir en el aire tanto tiempo y ahí estaba el azar inclinando la justicia hacia su encuentro, sin por eso descuidar amigos y allegados participantes en esa tupida trama que el poder teje como en las mafias sicilianas. Puede que la vida sea como la lotería en la que el azar nos conduzca hacia uno u otro lado de la red, pero no dejemos que jueguen por nosotros. Suerte.

VIGILAR Y CASTIGAR MENORES

Hace pocos días tuvo lugar una pequeña manifestación en el pueblo de Seseña (Toledo), en protesta por la muerte de la adolescente de trece años Cristina Martín a manos de otro adolescente de su edad, y en la que se quejaban de la supuesta impunidad que tienen los delitos cometidos por menores.

Fue una manifestación de protesta que ya se ha repetido puntualmente en casos parecidos como los de Sandra Palo, Marta del Castillo o Mari Luz Cortés, y siempre enarbolando la petición de modificar la ley del menor con el objetivo de que se rebaje la edad penal de los menores y adolescentes, o bien que cumplan condenas de cárcel una vez adquieran la mayoría de edad a los dieciocho años. Incluso hay quienes han solicitado la aplicación de la ley de medidas de reforma para el cumplimiento integro y efectivo de las penas, para que los delitos de los menores sean considerados a la misma altura que los terroristas o el crimen organizado. Y en la línea del ingenioso y sarcástico Federico Trillo, los hay que demandan la cadena perpetua condicionada, todo un homenaje al disparate nacional arropado por la imaginación de un legislador inquisidor.

A pesar de que la Ley reguladora de la responsabilidad penal de los menores, desde que se publicara en enero de 2000 ha sufrido hasta cinco modificaciones, casi a una por cada ocasión de alarma social (más bien alarma mediática y partidaria), la petición de endurecimiento de las penas se ha mantenido constante frente a la demanda de medidas de carácter preventivo o protector. Tal parece que los menores y adolescentes del siglo XXI se han convertido en una amenaza para el orden social de los adultos, como ya ocurriera en los siglos más oscuros de la historia social en los que la consideración acerca de los niños como seres angelicales e inocentes se transformó en la apreciación de ángeles oscuros o demonios, capaces de las mayores crueldades. Sobre esta base de que los niños no son tan inocentes  se encuentra la justificación de los doce años como edad suficiente para considerar sus acciones, como iguales a las de un adulto al que castigar por sus faltas y delitos con penas de cárcel y encierro en recintos adecuados.

Lo curioso y desalentador de esta forma de entender leyes y normas punitivas, virtud de una mentalidad de siglos anteriores, es que se pretendan aplicar sobre niños del siglo XXI. Una realidad de adultos aplicada a una realidad de niños y adolescentes, en la que mientras unos juegan con el espacio físico, la economía y el futuro de la tierra, los otros juegan a la Play, el móvil o Internet. Realidades enfrentadas y hasta contradictorias, pues mientras unos se sienten creadores, otros proyectan su creación; unos son adultos conscientes y definidos y otros son menores con imaginación y sin identidad o, en todo caso, con una identidad en construcción donde los modelos ya no son sólo los adultos (padres, familia, escuela, religión), sino los que imaginan que son como adultos, sus colegas de Tuenti o de cualquier otra red social.

Curiosamente las dos niñas implicadas en el caso de Seseña chateaban en Tuenti pese a que eran menores de catorce años; es decir, se habían inventado y construido una identidad falsa con la que se integraron en la red. En la red, las niñas, niños y adolescentes reinventan su identidad de forma gratuita sin el concurso de los adultos, que sólo consiguen hacerse visibles y ocupar un lugar en el mundo mediante la compra del mismo. Tanto en la red Tuenti como en Facebook, se han creado grupos que propugnan justicia en sus muros, destacando con textos, fotos y videos el carácter angelical de la víctima y el carácter demoniaco de la agresora, azuzándose los miembros de dichos grupos en petición de venganza con toda clase de historias, improperios y solidaridad con las familias de las víctimas. Incluso cobra fuerza en estos grupos la sospecha de que fue la invitación de amistad en la red a un chico, lo que pudo originar la disputa entre estas niñas que trágicamente acabó con la muerte de una de ellas.

Mas dejando de lado la configuración, construcción y modelación del niño que, desde luego, no ha sido uniforme ni continua a lo largo de la historia, nos encontramos con la existencia de establecimientos donde se encierra a los niños, niñas y adolescentes con un afán punitivo que repugna a la conciencia de los adultos sensibles a los derechos fundamentales de los mismos. Los centros de reforma, de protección de menores y de acogida a menores inmigrantes no acompañados, se han convertido poco a poco en establecimientos carcelarios de los que, incluso el Defensor del Pueblo, llegó a denunciar cuanto habían expuesto públicamente en numerosas ocasiones las asociaciones, ONGs y organizaciones de apoyo a la infancia y la juventud, a propósito de las innumerables irregularidades (producidas principalmente en establecimientos con gestión privada), como la excesiva rigurosidad en los métodos de contención, incluyendo el uso de violencia física; el uso abusivo e indiscriminado de medicación, la intimidación psicológica, el aislamiento en celdas, etc.

Pese a que el debate social ha mostrado su oposición a que estos establecimientos se encuentren gestionados por entidades privadas, en el huerto riojano se riega contracorriente y la consejera para la privatización de los servicios sociales acomete sin apenas despeinarse la tarea encomendada. Resulta cuando menos irónico que fuera la diputada del PSOE Inmaculada Ortega, actualmente expulsada del hemiciclo por su carácter desafiante al PP (más o menos como si expulsaran de La Rioja a unos cuantos miles de riojanos por defender puntos de vista contrarios), quien el pasado mes de marzo presentara una proposición no de ley sobre la privatización de la Residencia Iregua y recibiera como respuesta, que el propósito de las críticas a las entidades privadas Diagrama y O´Belen interesadas en su gestión están orquestadas por los sindicatos.

Vamos, que la falta de eficiencia de la gestión privada que puede llevar a gastos superiores al millón de euros al año, que el despido de trabajadores en activo con formación y experiencia suficiente, y que la pérdida de los objetivos de protección a menores aplicando criterios educativos de reinserción, no son mas que insidias sindicales; por que lo relevante es la política de externalización de los servicios públicos mediante su privatización. El dinero debe fluir del conjunto de todos los bolsillos riojanos a la caja fuerte de unos pocos empresarios y, para conseguir apoyos, nada mejor que excitar los instintos de venganza y castigo. Parafraseando el libro de Michel Foucault, se trata de vigilar y castigar menores.

SOBRE DERECHOS DE JUBILACION Y PENSIONES

Este artículo se publicó en Rioja2.com el dos de febrero de 2010. Por entonces soltaron el anzuelo cíclico de que la Seguridad social puede hacer crack en unos años y, como siempre, sacaron entre otras medidas la de prolongar el periodo de cotización y jubilarse más tarde.

Ahora que cierro un nuevo libro sobre Envejecimiento, donde hablo sobre las prejubilaciones y las jubilaciones en relación a la oportunidad única de acceder  a un futuro de desarrollo personal, libre de las obligaciones propias del trabajo asalariado, va el Gobierno y la OCDE y destapan de nuevo el tarro de las esencias del capitalismo liberal. Hace años,  en la década de los noventa, se oían las voces de aquellos analistas económicos del capitalismo ultraliberal, que apoyados en las proyecciones de los demógrafos, como si de matemáticas exactas se trataran, amenazaban con el fin del Estado del Bienestar y de la prestación de los seguros (principalmente salud y pensiones). Los Informes apocalípticos señalaban con inquietud la llegada de las generaciones de trabajadores más numerosas, las del baby-boom de EEUU y Europa, a su edad de jubilación.

Incluso tuvo un gran éxito editorial el periodista Frank Schirrmacher con su libro El complot de Matusalén (2004), donde advertía que la generación para la que se acuñó el término teenager no había cambiado el mundo con la guerra, sino con su mera existencia. No sólo habían ingerido alimentos, sino que habían modificado los bares, los restaurantes y los supermercados. No sólo habían llevado ropa, sino que habían cambiado la industria de la moda. No sólo habían comprado coches, sino que habían transformado la industria del automóvil. No sólo habían tenido citas, sino que habían alterado los roles y las prácticas sexuales. No sólo habían ido a trabajar, sino que habían revolucionado el lugar de trabajo. No sólo se habían casado después de miles de años, sino que habían transformado la naturaleza de las relaciones humanas y sus instituciones. No sólo habían pedido préstamos, sino que habían cambiado los mercados financieros. No sólo habían utilizado ordenadores, sino que habían modificado las tecnologías.

Los teenager de ayer se convirtieron en los babyboomer de hoy, y la sociedad se enfrentaba a una nueva amenaza. Este pánico a la llegada de los viejos, con el poder de su número y, en un periodo de crisis económica como la de los años noventa, puso todos los decibelios existentes de la OCDE en el altavoz de las pensiones y las jubilaciones. Se amenazó con prorrogar el periodo laboral hasta los setenta años, y como en un mercadillo comenzó la negociación para dejar a todos insatisfechos en un término medio de 67 a 68 años. Y también es cierto que, como ahora, se permitió el aumento de las prejubilaciones como medida económica que proporcionaba enormes ingresos a las grandes empresas, pues nunca sustituyó por población joven la población retirada anticipadamente del trabajo. Y es cierto que se aprovechó para despedir trabajadores y deslocalizar empresas con la misma excusa de la crisis internacional, favoreciendo el trabajo sumergido, principalmente de trabajadores inmigrantes sin regularizar.

Sin embargo, las proyecciones catastrofistas se abandonaron tras un nuevo periodo de crecimiento, que para España supuso la llegada y regularización de jóvenes trabajadores inmigrantes, responsables casi absolutos de los últimos cinco millones sumados al censo. Gracias a estos inmigrantes, se han recuperado relativamente los índices de fecundidad (los nacimientos de madre extranjera en 2006 ascendieron al 20% del total de nacimientos habidos en España), uno de los caballos de batalla de los demógrafos en sus registros de tasas de dependencia.

Pero claro, si se quiere que las españolas tengan más hijos, habrá que poner remedio a las causas por las que han dejado de tenerlos; por ejemplo, la posibilidad de conciliar vida  laboral y familiar, o la posibilidad de adquirir una cierta autonomía económica mediante un trabajo. Por que no olvidemos que la población activa, la población en edad de trabajar sobre la que recae el esfuerzo fiscal para el mantenimiento de la seguridad social, es una población activa devaluada, donde tan sólo participa el 51% de las mujeres. El 49% restante se queda en casa (ni trabaja ni busca trabajo). Posiblemente hace las labores propias de un Estado del Bienestar desarrollado (cuida de las personas dependientes, incluso del marido).

Y los hombres no les van a la zaga, pues aun sin descontar todos aquellos que se encuentran entre los cuatro millones de desempleados, tan sólo cuentan como población activa al 68% de los mismos. Es decir, un 32% viven de las rentas o malviven, pero desde luego no trabajan. En suma, tenemos que cinco de cada diez mujeres y tres de cada diez hombres ni trabajan ni están en las cifras de desempleo; y sin embargo, nadie se pregunta por ellos, sino por los que quieren hacer uso de su derecho a descansar del trabajo asalariado a los sesenta y cinco años.

Y ahora mismo, a estos viejos que están transformando el mundo simplemente por ser muchos, porque han accedido a una esperanza de vida como nunca existió en la historia de la humanidad, se les quiere recortar sus pensiones o el cálculo de sus miserables pensiones (muy por debajo del gasto medio por hogar, y de la media de la UE). Y se quiere recortar los derechos a dejar de trabajar a los sesenta y cinco años (ahora mismo la jubilación real de los españoles es a los sesenta y tres años y diez meses, la más alta de la UE).

Qué nos deparará el futuro inmediato a los hijos del baby boom? No lo se. No se si triunfarán las tesis del capitalismo liberal y perderemos derechos, pero desde luego, cuando esta generación muera, habrá dado paso a una nueva cultura que dejará marcada para siempre a la sociedad del futuro. Y esto no es una predicción ni una proyección. Es una certidumbre.

SEXO Y EDAD

Este artículo se publicó en Rioja2.com el siete de enero de 2010. Trato de desmitificar el tabú del sexo entre los viejos.

En un libro sobre envejecimiento (Giró, 2005), Victoria Hernando, una amiga psicóloga, decía que debíamos perder el miedo a considerar la sexualidad como sólo un aspecto más. Hablar de sexualidad adaptada a la edad no causa traumas, a lo sumo, incomprensión; hablar de sexualidad no redunda en una degradación … moral, más bien relaja y flexibiliza planteamientos; hablar de sexualidad no incita a la práctica sexual, redunda en prácticas sexuales más seguras, deseadas y responsables.  Por esto, será bueno que consigamos que el placer, el afecto, las relaciones coitales, las relaciones no coitales, la genitalidad, la no genitalidad, la comunicación en suma, dependa de la voluntad de las personas. Aprendamos que la satisfacción sexual general no tiene hilo directo con el número de coitos, no está sujeta a reglas de edad, no es directamente proporcional al género o a la orientación del deseo. De esta forma, quizá generaciones venideras puedan asumir las ventajas y desventajas (características al fin y al cabo) de pertenecer a un grupo de edad o a un género de forma natural como hacemos en otros aspectos de la vida, sin que el peso de estereotipos sociales negativos nublen el acceso a nuevas y enriquecedoras experiencias relacionales.

Todo esto me ha venido a la memoria cuando he leído que la actriz galesa Catherine Zeta-Jones consideraba que tener un marido maduro como el suyo, el también actor Michael Douglas, veinticinco años mayor que ella, no tiene mas que ventajas. Reconocía que “los jóvenes son más abiertos, alegres y apetitosos. Pero también son más egoístas y egocéntricos. Por eso nunca tuvieron una oportunidad conmigo”. Hay que ver cómo las gasta la mujer del Zorro Banderas.