LA BUENA MUERTE

Con un gran alarde de inhumanidad se despachó la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, al justificar que en plena pandemia los mayores en residencias no se derivaran a hospitales, porque se iban a morir igual y no se iban a salvar en ningún sitio. Pero ha obviado que no es lo mismo morir en un hospital sedado y con cuidados paliativos que hacerlo en una habitación solo, asustado y entre dolores insoportables. Si hay que morir (no está claro que así tuviera que ocurrir para los 7.291 mayores residentes cuando entre los que sí fueron hospitalizados se salvaron el 65%), que sea siempre con el objetivo de una buena muerte.

Hoy día parece que podemos elegirlo todo, menos la forma y el momento de morir (salvo entre los suicidas). Por medio se encuentran los familiares y los profesionales de la medicina que se inmiscuyen en el proceso de morir de las personas. La muerte no sólo implica al que se va sino también a los que se quedan. Y los que se quedan tratan de burlar a la parca, como si quien se va a morir no fuera capaz de tomar la decisión acertada o deseada, es decir, la buena muerte.

La antropóloga María Catedra señalaba que la buena muerte sucede a una cierta edad, cuando el individuo ha completado su ciclo vital (morir de viejo), y el desenlace ocurre sin enfermedades ni violencias, es decir, de una manera “natural”. Los que mueren de viejos no padecen una enfermedad específica, sino que simplemente se terminan, es decir, se acaban. Este tipo de muerte de vejez, o natural, representa a nivel humano la continuación del ciclo general de la naturaleza. Con la vejez empiezan a desaparecer los miedos a la muerte, aunque, dependiendo de las circunstancias, se dan diferentes actitudes. Así ciertos ancianos pierden la consciencia total de su próxima muerte, en cuyo caso “no la sienten”; otros, en cambio, se resignan e incluso aceptan la idea y, por último, los que padecen fuertes dolores “piden la muerte”.

En realidad, se oponen dos clases de muerte: la buena y la mala muerte. Una buena muerte se caracteriza, entre otras cosas, por la rapidez del desenlace, por la inmediatez, por lo inesperado, mientras que la muerte mala significa semanas, meses o aun años de lenta agonía. La buena muerte, o la muerte feliz, es la que sobreviene sin estridencias durante el sueño, sin que se entere el afortunado. Es una muerte sin dolor, corta o inesperada, una muerte sin agonía. Porque aún en el caso de que sea una muerte violenta, deseamos que ésta se produzca de manera rápida y sin dolor, porque lo que realmente nos asusta, no es tanto la propia muerte, como el dolor, el sufrimiento o la agonía.

LAS ABUELAS

Esta mañana me he despertado con una desgraciada noticia, arribada en un mensaje telefónico, que decía escuetamente: «Mi abuela ha muerto esta madrugada«. Y he sentido profundamente esta muerte a pesar de que no la conocía y que tan sólo tenía una información distraída en el tiempo que hablaba de una metástasis.

Desde hace muchos años las abuelas y los abuelos han sido mis principales informadores acerca de cómo era el mundo que desconocía y de como este se había configurado con ellos como actores principales. Viajaba por las aldeas y pueblos más o menos ocultos, más o menos insólitos, y cuando me veían portando un cuaderno de notas no se imaginaban que yo les iba a inquirir por su actividad cotidiana, por las cosas de cada día, por aquellas cosas a las que nadie ni ellos mismos prestaban interés. Y eso es lo que hizo que me granjeara su amistad, principalmente el de las abuelas, pues hasta entonces nadie les había concedido importancia, ni había manifestado el interés que yo demostraba con mis preguntas por sus quehaceres habituales, por sus ritos y ceremonias. Gracias al reconocimiento y al apoyo que me brindaron en cuantas aventuras investigadoras intervinieron aquellos viejos, creo que nació en mi este afecto especial por ellos, por sus cosas, por su memoria, por sus actividades, por su vida.

Pero este afecto por las cosas de los viejos yo creo que no hubiera sido sincero si no hubiera participado del cariño y el amor con que me obsequiaron mis abuelas desde mi más tierna infancia. Tuve como todos dos abuelas: la paterna y la materna, pero ambas fueron polos opuestos en el desarrollo de mis sentimientos y mis emociones. Porque si una me dedicó en exclusiva todos sus afanes y todos sus sentimientos, la otra apenas me dedicó el tiempo suficiente para las reprimendas y desahogos con los que exteriorizaba sus frustraciones vitales.

Mi abuela materna (la yaya) residía de continuo en casa de mi madre desde que falleciera el abuelo, sin que eso alterara la que había sido su residencia en los últimos años cuando procedentes de Barcelona llegaron como en otras ocasiones para pasar tan sólo una temporada, pero se quedaron hasta su muerte. Esta abuela era el polo opuesto de la otra en todos los sentidos, era gorda y la otra estaba en los huesos, pero la gran diferencia estaba en las manifestaciones de carácter afectivo, pues era seca, un poco agria en sus formas y hasta un tanto amargada en la relación que mantenía con su hija, mi madre. Era muy tacaña, nunca puso una moneda en mi mano para comprar pan, ni tampoco un billete en las manos de mi madre para ayudar en la economía doméstica. Todo lo ahorraba, pero de espíritu miserable, lo guardaba en una gran faja a la que había cosido un doble fondo donde introducía los billetes. Las operaciones financieras las hacía a puerta cerrada adelantándose a los demás en el baño, donde se deshacía de la impedimenta con el fin de desvestirse, volver a colocarse la faja de ahorros y calzarse el camisón. Esta miseria la conservó durante toda su vida y sólo cuando falleció descubrimos con qué envolvía su cuerpo. Mi madre pese a tantas miserias que tuvo que aguantar con una madre nada ejemplar, repartió con sus hermanos aquel tesoro inaudito que forjó en aquellos años de convivencia en la casa de su hija.

No obstante su tragicómica vida le guardaba un respeto reverencial, pues así disponía sus encuentros en los que apenas tenía cabida el diálogo o los sentimientos. Gustaba reírse de mis locuras, pero aparentando siempre contrariedad por mi modo de entender la vida, incluso por denotar interés por su pasado, por los distintos miembros de una familia extensa entre los que contaba con una bisabuela centenaria. Pues bien, por entonces conocía a una de sus hermanas, una tía-abuela a cuya casa acudía en la Semana Santa, porque disponía de un balcón privilegiado desde el que contemplaba los magníficos cuadros de penitentes encadenados, encordados y crucificados que se disponían en orden procesional. Ya he dicho que no pude arrancarle mucho acerca de su pasado en el pueblo, ni tampoco de su estancia en Barcelona. Toda la información que logré fue intermediada por mi madre, la cual respetuosamente guardaba el mismo silencio para las cosas de su madre, y para las cosas de antes (los avatares de la guerra) por imposición de la abuela.

Pero por otra parte, estaba mi abuela paterna, la cual perdió en un lapso de tiempo muy corto a su único hijo varón y a su marido, y quedó al cargo de tres hijas y de paso al único nieto varón (por entonces yo tenía cuatro años). Quizás fue la muerte temprana de mi padre o quizás fue el hecho de ser el único varón que quedaba en la familia, el caso es que esta abuela me tomó con un empeño especial, y en mí depositó todas sus gracias. Fue una mujer trabajadora que ya al punto de la mañana salía caminando hasta el entonces hospital militar (hoy juzgados), donde ella trabajaba como jefa de la cocina que alimentaba a los pacientes encamados. Alguna vez me acerqué con ella para verla trabajar y aquel mundo me parecía irreal, pues en la mesa de trabajo junto a las cocinas centrales se apiñaban más de doscientos moldes de flanes de huevo que mi abuela había dejado preparados el día anterior. Tenía dos ayudantes que hacían las labores más rutinarias como pelar patatas, cortar verduras, limpiar pescado, trocear carne o todo aquello que mi abuela disponía en ese rancho diario que alimentaba al hospital militar. Por la tarde, una vez recogida y limpia la cocina desandaba el camino matutino y llegaba a casa, donde inmediatamente organizaba las cenas, no sólo de la familia, sino también de los chóferes de la Estellesa (la línea de autobuses que unía Logroño con Pamplona), y que pernoctaban a media pensión en casa de la abuela.

La abuela paterna ya he dicho que era el polo opuesto de la materna. Era capaz de quitarse el alimento de la boca para dármelo en exclusiva. Preparaba los platos y los postres que más me gustaban, aquellos en los que mi abuela podía descubrirme una arruga de felicidad; y no contenta con esto, siempre estaba pendiente de darme un achuchón de besos en cuanto me descuidaba. Con el tiempo me aficioné a vivir en casa de la abuela, en parte porque a mi madre no le importaba compartir los afectos y los cariños con esta mujer que le devolvía la imagen de quien un día fue su esposo, y en buena medida porque hacía más feliz a la abuela las pocas horas que podía estar a su lado.

Recuerdo que en casa de la abuela había un patio donde el abuelo había construido un gallinero para más de doscientas gallinas con las que yo me divertía experimentando los más crueles juegos. También había árboles frutales y flores, y cuando aburrido de juegos en la calle me acercaba a este otro mundo,  surgía en mi el hombre que tanto echaron en falta las mujeres que tuvo la casa de la abuela. Arrancaba rastrojos, preparaba ramos de flores, limpiaba el gallinero, recogía los huevos, subía a la higuera y desprendía los higos más dulces. Un universo infantil que el Ayuntamiento expropiaría con los años, para dar salida a las nuevas edificaciones que se apelotonaron en las traseras de la casa de mi abuela, una vez las monjas de la Enseñanza vendieron el solar-huerta que tenían al otro lado de la tapia.

Cuando llegaba la noche, tras pedir permiso en casa, me quedaba a cenar y dormir con la abuela. Dormíamos en una camita estrecha abrazados. Mi abuela decía que yo era como una estufa: «Este hijo me da más calor que una estufa«, y es que siempre he desprendido mucho calor de mi cuerpo y a mi me encantaban sus manos y sus pies fríos que templaban mis infantiles ardores. Claro que la abuela se despertaba muchas noches con accesos de tos, provocados según ella por los bronquios, culpables de su mala salud y que atemperaba todos los años tomando las aguas termales en Cestona. En aquellas ocasiones esperaba su vuelta con interés porque siempre se acordaba de comprar las famosas galletas obleas de Marquina, unas galletas que se deshacían como el aire en el paladar.

No serían los bronquios los culpables de su muerte, sino la inesperada situación de soledad a la que se vio arrastrada, cuando ya jubilada desaparecieron de casa sus hijas y hasta cierto punto su nieto, que ya adolescente buscaba lejos de la casa familiar otros amores, sabiendo que dejaba atrás a las mujeres con las que había crecido en un entorno de afecto y cariño. Yo creo que cuando llegó la ambulancia no era consciente de la gravedad de su enfermedad. Como un pajarito expiró a las pocas horas de su estancia en el hospital y no pude hablar más con ella. Una vida de cariño y afecto, una vida entregada a los demás, una vida de trabajo sin descanso, una vida de generosidad sin límites. Una vida de la que soy deudor. Gracias abuela.

LA APARIENCIA Y EL ESPEJO

Ya no me molesto en contestar y explicar la realidad a quienes se equivocan, cuando se dirigen a mi hijo de dos años con mensajes de este cariz: “qué bien estás paseando con el abuelito” o “qué bien te lo pasas con el abuelo”. Y es que, para algunos, mi apariencia es la de un abuelo y no la de un padre. Así que, si bien tengo una edad muy superior a la de su madre, nada menos que veinte años, lo cierto es que cuando me miro al espejo, no veo trazas de envejecimiento más allá de alguna arruga o alguna cana más. Además, el contacto con el peque me rejuvenece psíquicamente, de tal modo que no aprecio los achaques que considero propios de un viejo.

Por otra parte, no miro a los padres jóvenes que se reúnen con sus criaturas en los parques y espacios infantiles como mis iguales, pero sí busco entre mis coetáneos las huellas del envejecimiento. La pinta que tienen y que ven mis ojos, me indica que están envejeciendo muy mal, pues mi aspecto es mucho mejor, o al menos eso me parece. Quizás esa es la cuestión, que el aspecto es cosa que nos parece, pero no es.

En ocasiones he escuchado comentarios de carácter machista acerca de la mujer más joven emparejada con hombre de edad, a la que se le supone algún interés que nada tiene que ver con los sentimientos de amor o felicidad. Y viceversa, también cuando la mujer es de edad y el hombre es mucho más joven. De este modo, los prejuicios que se instalan en nuestra conciencia tienen mucho que ver con la apariencia, con el aspecto de las relaciones entre personas y, sin embargo, somos incapaces de apreciar la realidad que nos representa la mirada al espejo, porque este nos devuelve la figura y el semblante real que nos acompaña en nuestro deambular por la vida. Somos incapaces de aguantar el reflejo que nos devuelve esa mirada al espejo, y preferimos atenernos a la apariencia que los demás tengan a bien asumir como real y verosímil.

VACIADA SIN REMEDIO

Desde que en 2016 el escritor Sergio del Molino publicara su ensayo “La España vacía” sobre la despoblación del mundo rural, este adjetivo similar al concepto de deshabitado o desocupado, se ha utilizado como referente en la agenda política de ayuntamientos y comunidades para proyectar y desarrollar planes con los que atender la situación de la despoblación rural, pero también como marca de identificación de nuevas agrupaciones políticas que concurren en periodo electoral. Incluso hemos llegado al punto de disponer en el Gobierno de la nación de un ministerio para el reto demográfico y la despoblación.

Tenemos que numerosos y diversos agentes políticos están empeñados en ofrecer soluciones a la pérdida de población del medio rural, ya de por sí muy envejecida. Sin embargo, podemos observar que cuando llegan los meses estivales los pueblos se llenan de vida, con personas de todas las edades, ocupando el conjunto de viviendas disponibles en cada localidad, incluso aquellas que fueron abandonadas en su totalidad pero que hoy han comenzado a recuperarse y dotarse de servicios básicos con los que reiniciar su vida, efímera ciertamente, durante los meses de verano.

Esta aparente contradicción entre el periodo estival y el resto del año nos muestra en primer lugar la falta de vivienda para nuevos moradores que quisieran realizar sus actividades, no necesariamente las tradicionales, en cualquier localidad rural, toda vez que los herederos de esa España vaciada demandan por sus ruinas, corrales, pajares o bodegas, el mismo precio que si estuvieran en el medio urbano. Y ya, si son las casas las que pretenden vender, generalmente con los muebles de quien las habitó hasta fallecer, que ni el pudor les asusta para mostrar en las webs de Idealista o Fotocasa, su precio alcanza lo exagerado, toda vez que casi siempre necesitan reformas que tengan en cuenta la calidad de vida de una vivienda urbana.

Así pues, difícilmente se logrará repoblar nuevamente el ámbito rural si no se da la posibilidad de que nuevos habitantes la integren, pues son los propietarios del vacío los que lo impiden al convertirlo en un producto más del mercado, en este caso inmobiliario.

SEXO, MENTIRAS Y JUBILACIONES

Hoy día mantenemos una variopinta actividad sexual regida por los principios éticos de la libertad y la igualdad y en unas condiciones de vida cercanas al bienestar. Desde muy jóvenes la atracción por el sexo es una constante sin la intervención del principio de la moral patriarcal que unía el deseo y el acto a la finalidad de la reproducción. La libertad da lugar a la diversidad de formas de relación sexual no impuesta lo cual permite otras formas de convivencia que no son escuetamente las del matrimonio, y aun éstas, admiten la existencia de relaciones entre personas del mismo sexo, o el matrimonio sin hijos. No obstante esta libertad y el aumento de la tolerancia, los matrimonios siguen disminuyendo, se formalizan a edades cada vez más tardías y, en uno de cada cuatro, uno de los contrayentes es extranjero. Por otra parte, si los matrimonios descienden las rupturas siguen en aumento mientras el indicador coyuntural de fecundidad que mide el número de hijos por mujer fértil se mantiene muy por debajo de la tasa de reposición generacional. Las mujeres que acceden a la maternidad lo hacen a edades cada vez más avanzadas, teniendo en cuenta el dilatado período de formación y su tardía incorporación al mercado laboral, todo lo cual les impide adoptar decisiones de esa naturaleza antes de los treinta años. Las relaciones autoritarias de la familia patriarcal han dado lugar a unas relaciones familiares más plurales y solidarias, que se insertan en la red amplia de parentesco más allá del lugar de residencia. Son redes de relación y afectos que amortiguan entre sus integrantes las carencias de provisión pública.

Y entramos en el meollo de las mentiras sobre las que se ha construido el proceso de reformas, actualmente en la fase de revisión de la edad de jubilación. Expertos demógrafos y economistas, generosamente remunerados por entidades empresariales y financieras, sirven como plataforma teórica sobre la que se fundamenta el desmontaje del austero y poco desarrollado Estado del Bienestar español. Así, el principio de las mentiras asume que el actual sistema de pensiones será inviable en veinte años, teniendo en cuenta el índice de envejecimiento, el aumento de la esperanza de vida, el descenso de las tasas de natalidad y la estabilización de los flujos migratorios; es decir, teniendo en cuenta la fotografía demográfica actual y señalando estos indicadores como la causa que justifica el desmantelamiento del sistema de pensiones.

Cuando una mentira se repite muchas veces y desde supuestamente distintos expertos, termina por tomarse como una certidumbre y, sin embargo, desde que estudiaba demografía hasta hoy (y de eso hace muchos años), todas las proyecciones demográficas se han equivocado, y no porque los demógrafos no contarán con rigurosos y metódicos instrumentos de medida, sino porque se trataba de algo tan sujeto a variaciones como es el comportamiento humano, el comportamiento social. Entonces, ¿podemos tomar en serio un estudio, o a un experto, que señala la mayor conquista social, como es el aumento de la esperanza de vida, como un problema? ¿Podemos tomar en serio a quien identifica el aumento de años de vida libres de trabajo para dedicarlos al ocio, a la familia, a los amigos o a la comunidad, como un problema social? ¿Podemos creernos de verdad que vivir más años libres de enfermedad es un logro que hay que malograr, trabajando más hasta lograr enfermar? Yo creo que no, que todo ello es un conjunto de mentiras que cumplen el objetivo de no dejarnos pensar, de acallar a quienes exigimos que la jubilación sea discrecional, desde los 50 hasta los 70 años de acuerdo a las profesiones y a los deseos de los trabajadores, porque no puede ser lo mismo arrastrar un cuerpo exánime que disfrutar de un cuerpo sano; porque no es lo mismo ocupar el tiempo de ocio en negocio, ni el tiempo libre para nuestro propio enriquecimiento en tiempo ocupado para el enriquecimiento de otros.

Resulta cuando menos contradictorio que el sistema de pensiones más saneado y equilibrado de la Unión Europea, con un fondo de reserva (eso que llaman la hucha de los jubilados), superior a los 64.000 millones de euros, se mantenga a costa de congelar este año las pensiones. Y aún más contradictorio es que se nos quiera hacer creer que es para mantener el sistema de pensiones en el futuro, cuando según expertos y estudiosos hará crack el sistema. Pero, ¿qué es eso de hacer crack el sistema de pensiones? ¿Se trata de evitar que sea deficitario?, es decir, que las aportaciones de los trabajadores actuales a ese fondo solidario para con los jubilados sea inferior al gasto de los mismos. Pero, ¿acaso no hay instituciones estatales que viven en el déficit y no por ello hacen crack como vaticinan estos expertos en el engaño y la mentira? Citaré sólo por encima al Sistema Nacional de Salud y el Sistema Educativo Público, ambos deficitarios, y a los que ya les han hincado el diente privatizador, incluso esperando aumentar la tajada en cuanto puedan. Pero sobre lo que quiero incidir, es que nadie exige reformas en el sentido de que consigan superávit económico de más de dos mil millones de euros, como así ha ocurrido en 2010 con las cuentas de la Seguridad Social, y pese a la crisis.

Y qué me dicen de la institución llamada Ejército cuyo mantenimiento cuesta un millón de euros diarios al contribuyente español. ¿No habría que hacerle una reforma en profundidad para que no sea tan deficitario? Por ejemplo, eliminándolo de la vida pública española y dejándolo en el Museo, porque allí rentaría algo a los españoles. Y ¿qué me dicen de la institución eclesiástica?, ese monopolio de los valores, la verdad y la ética, que se siente por encima de la Constitución. En fin, no hablemos más de instituciones deficitarias  y dejen libre el camino para la jubilación voluntaria a partir de los 50 años, mejoren el sistema de pensiones haciéndolo más equitativo, aumentando las contribuciones a la Seguridad Social. Sobre todo piensen en el futuro de la sociedad española apoyando ese futuro mediante el aumento del porcentaje del PIB destinado a las familias (ayudas al nacimiento, mensualidades por hijo, permisos laborales, flexibilidad de horarios, actualización y universalización de las ayudas, etc.). No se dejen engañar por las mentiras repetidas y gocen del éxito de una jubilación con más años y salud, donde el sexo sigue siendo una fuente de bienestar.

NO FUTURO

Ayer, víspera sanjuanera, temprano, me han sacado de la cama unas llamadas telefónicas inquiriendo por mi opinión acerca del bajón en los indicadores de natalidad el pasado 2009. Como además de dormido, un virus maligno me ha dejado temporalmente sin acceso a la información con la que parecían haberse sobresaltado los medios (TV y radio), he tenido que recurrir al bar próximo donde un café humeante y la prensa me han puesto sobre aviso.

Todo parece que tras unos años de leve crecimiento de la natalidad y de los índices de fecundidad (centésimas), la tendencia apuntaba hacia lo que ocurre en los países del norte de Europa donde se da un cierto equilibrio en la población que permite el relevo generacional; y aunque lejos aún, España, con el apoyo inesperado de las mujeres extranjeras y unas expectativas de seguridad laboral y crecimiento económico, podía augurar un futuro en el que aun sin alcanzar las cotas piramidales del baby-boom, o las propias del relevo generacional (2,1 hijos por mujer en edad fértil), sí caminaba hacia una sociedad más equilibrada en su pirámide o, mejor dicho, en su polígono demográfico.

Hoy, sin embargo, el brusco descenso de la natalidad ha disparado todas las alarmas mediáticas, pues es cierto que con el increíble y maravilloso aumento de las expectativas de esperanza media de vida, podría ocurrir que una de cada tres personas y no una de cada cuatro como sucede en la actualidad, podría ser mayor de sesenta y cinco años, lo cual desequilibraría las bases sobre las que se asienta nuestro Estado del Bienestar. Un desequilibrio agudizado por el hecho de que no toda la población potencialmente activa trabaja (ahora mismo dos de cada cuatro mujeres y tres de cada cuatro hombres), lo cual podría provocar que cada activo soportase a un no-activo (mayores de sesenta y cinco y menores de dieciséis años), algo difícil de sostener en una sociedad expansiva en servicios.

Las causas de este descenso de la natalidad en 2009 son tanto coyunturales (2008 fue el año en que se declaró oficialmente la crisis  y también el año en que se gestaron o se podían haber gestado los nacimientos del 2009), como estructurales (las mujeres españolas no proyectan el nacimiento de su primer hijo hasta que no tienen cierta seguridad –afectiva, laboral y de vivienda-, y por lo tanto dilatan esta decisión hasta los últimos años de su periodo fértil; por su parte las mujeres extranjeras tienden a integrarse en la sociedad de acogida y por tanto convergen con las mujeres autóctonas en sus expectativas).

Así pues, el descenso estaba cantado, pues el leve crecimiento sostenido en los últimos años sólo se podía apuntalar con una política decididamente familista, y eso en este país ni ha ocurrido ni va a ocurrir hasta que posiblemente nos encontremos en un nuevo ciclo de crecimiento económico y se tome en consideración una política que estimule la natalidad y el sostenimiento de la población.

A veces se aduce que las mujeres españolas al incorporarse al mercado laboral han subordinado las expectativas de maternidad a su carrera profesional. Y es cierto, pero puntualizando, pues las mujeres que trabajan son poco más de la mitad de la población activa femenina, todo lo contrario de lo que ocurre en los países nórdicos donde trabajan tantas o más que hombres y, sin embargo, tienen índices de fecundidad hasta cuatro y cinco décimas supriores a los de las españolas. Qué ocurre?, pues que sus empleos son buenos y seguros, es decir, son de calidad y ofrecen reconocimiento y fijeza. Ocurre también que reciben el apoyo de sus parejas, las cuales se corresponsabilizan en el cuidado, crianza y educación de sus hijos (algo que aún no conocemos los españoles mas que en el cine). Ocurre que la administración y las empresas apoyan la conciliación familiar mediante toda clase de servicios para la guarda, crianza y educación de los hijos, mediante horarios laborales flexibles adaptados a las necesidades de los padres, remunerando el tiempo ocupado con los hijos y guardando el empleo para cuando los padres se reintegran al trabajo. En fin, una serie de medidas ajenas a la política y la sociedad española, que aún sigue depositando en la mujer todas las expectativas de sostenimiento generacional.

El No Futuro surgió cuando grupos de jóvenes vieron que su futuro era negro, faltaba el empleo, la vivienda y las oportunidades, rebelándose contra todo lo establecido. En España, parece que son las mujeres quienes han dicho basta y se han vuelto punkies proclamando el No Futuro.

SOBRE DERECHOS DE JUBILACION Y PENSIONES

Este artículo se publicó en Rioja2.com el dos de febrero de 2010. Por entonces soltaron el anzuelo cíclico de que la Seguridad social puede hacer crack en unos años y, como siempre, sacaron entre otras medidas la de prolongar el periodo de cotización y jubilarse más tarde.

Ahora que cierro un nuevo libro sobre Envejecimiento, donde hablo sobre las prejubilaciones y las jubilaciones en relación a la oportunidad única de acceder  a un futuro de desarrollo personal, libre de las obligaciones propias del trabajo asalariado, va el Gobierno y la OCDE y destapan de nuevo el tarro de las esencias del capitalismo liberal. Hace años,  en la década de los noventa, se oían las voces de aquellos analistas económicos del capitalismo ultraliberal, que apoyados en las proyecciones de los demógrafos, como si de matemáticas exactas se trataran, amenazaban con el fin del Estado del Bienestar y de la prestación de los seguros (principalmente salud y pensiones). Los Informes apocalípticos señalaban con inquietud la llegada de las generaciones de trabajadores más numerosas, las del baby-boom de EEUU y Europa, a su edad de jubilación.

Incluso tuvo un gran éxito editorial el periodista Frank Schirrmacher con su libro El complot de Matusalén (2004), donde advertía que la generación para la que se acuñó el término teenager no había cambiado el mundo con la guerra, sino con su mera existencia. No sólo habían ingerido alimentos, sino que habían modificado los bares, los restaurantes y los supermercados. No sólo habían llevado ropa, sino que habían cambiado la industria de la moda. No sólo habían comprado coches, sino que habían transformado la industria del automóvil. No sólo habían tenido citas, sino que habían alterado los roles y las prácticas sexuales. No sólo habían ido a trabajar, sino que habían revolucionado el lugar de trabajo. No sólo se habían casado después de miles de años, sino que habían transformado la naturaleza de las relaciones humanas y sus instituciones. No sólo habían pedido préstamos, sino que habían cambiado los mercados financieros. No sólo habían utilizado ordenadores, sino que habían modificado las tecnologías.

Los teenager de ayer se convirtieron en los babyboomer de hoy, y la sociedad se enfrentaba a una nueva amenaza. Este pánico a la llegada de los viejos, con el poder de su número y, en un periodo de crisis económica como la de los años noventa, puso todos los decibelios existentes de la OCDE en el altavoz de las pensiones y las jubilaciones. Se amenazó con prorrogar el periodo laboral hasta los setenta años, y como en un mercadillo comenzó la negociación para dejar a todos insatisfechos en un término medio de 67 a 68 años. Y también es cierto que, como ahora, se permitió el aumento de las prejubilaciones como medida económica que proporcionaba enormes ingresos a las grandes empresas, pues nunca sustituyó por población joven la población retirada anticipadamente del trabajo. Y es cierto que se aprovechó para despedir trabajadores y deslocalizar empresas con la misma excusa de la crisis internacional, favoreciendo el trabajo sumergido, principalmente de trabajadores inmigrantes sin regularizar.

Sin embargo, las proyecciones catastrofistas se abandonaron tras un nuevo periodo de crecimiento, que para España supuso la llegada y regularización de jóvenes trabajadores inmigrantes, responsables casi absolutos de los últimos cinco millones sumados al censo. Gracias a estos inmigrantes, se han recuperado relativamente los índices de fecundidad (los nacimientos de madre extranjera en 2006 ascendieron al 20% del total de nacimientos habidos en España), uno de los caballos de batalla de los demógrafos en sus registros de tasas de dependencia.

Pero claro, si se quiere que las españolas tengan más hijos, habrá que poner remedio a las causas por las que han dejado de tenerlos; por ejemplo, la posibilidad de conciliar vida  laboral y familiar, o la posibilidad de adquirir una cierta autonomía económica mediante un trabajo. Por que no olvidemos que la población activa, la población en edad de trabajar sobre la que recae el esfuerzo fiscal para el mantenimiento de la seguridad social, es una población activa devaluada, donde tan sólo participa el 51% de las mujeres. El 49% restante se queda en casa (ni trabaja ni busca trabajo). Posiblemente hace las labores propias de un Estado del Bienestar desarrollado (cuida de las personas dependientes, incluso del marido).

Y los hombres no les van a la zaga, pues aun sin descontar todos aquellos que se encuentran entre los cuatro millones de desempleados, tan sólo cuentan como población activa al 68% de los mismos. Es decir, un 32% viven de las rentas o malviven, pero desde luego no trabajan. En suma, tenemos que cinco de cada diez mujeres y tres de cada diez hombres ni trabajan ni están en las cifras de desempleo; y sin embargo, nadie se pregunta por ellos, sino por los que quieren hacer uso de su derecho a descansar del trabajo asalariado a los sesenta y cinco años.

Y ahora mismo, a estos viejos que están transformando el mundo simplemente por ser muchos, porque han accedido a una esperanza de vida como nunca existió en la historia de la humanidad, se les quiere recortar sus pensiones o el cálculo de sus miserables pensiones (muy por debajo del gasto medio por hogar, y de la media de la UE). Y se quiere recortar los derechos a dejar de trabajar a los sesenta y cinco años (ahora mismo la jubilación real de los españoles es a los sesenta y tres años y diez meses, la más alta de la UE).

Qué nos deparará el futuro inmediato a los hijos del baby boom? No lo se. No se si triunfarán las tesis del capitalismo liberal y perderemos derechos, pero desde luego, cuando esta generación muera, habrá dado paso a una nueva cultura que dejará marcada para siempre a la sociedad del futuro. Y esto no es una predicción ni una proyección. Es una certidumbre.

SEXO Y EDAD

Este artículo se publicó en Rioja2.com el siete de enero de 2010. Trato de desmitificar el tabú del sexo entre los viejos.

En un libro sobre envejecimiento (Giró, 2005), Victoria Hernando, una amiga psicóloga, decía que debíamos perder el miedo a considerar la sexualidad como sólo un aspecto más. Hablar de sexualidad adaptada a la edad no causa traumas, a lo sumo, incomprensión; hablar de sexualidad no redunda en una degradación … moral, más bien relaja y flexibiliza planteamientos; hablar de sexualidad no incita a la práctica sexual, redunda en prácticas sexuales más seguras, deseadas y responsables.  Por esto, será bueno que consigamos que el placer, el afecto, las relaciones coitales, las relaciones no coitales, la genitalidad, la no genitalidad, la comunicación en suma, dependa de la voluntad de las personas. Aprendamos que la satisfacción sexual general no tiene hilo directo con el número de coitos, no está sujeta a reglas de edad, no es directamente proporcional al género o a la orientación del deseo. De esta forma, quizá generaciones venideras puedan asumir las ventajas y desventajas (características al fin y al cabo) de pertenecer a un grupo de edad o a un género de forma natural como hacemos en otros aspectos de la vida, sin que el peso de estereotipos sociales negativos nublen el acceso a nuevas y enriquecedoras experiencias relacionales.

Todo esto me ha venido a la memoria cuando he leído que la actriz galesa Catherine Zeta-Jones consideraba que tener un marido maduro como el suyo, el también actor Michael Douglas, veinticinco años mayor que ella, no tiene mas que ventajas. Reconocía que “los jóvenes son más abiertos, alegres y apetitosos. Pero también son más egoístas y egocéntricos. Por eso nunca tuvieron una oportunidad conmigo”. Hay que ver cómo las gasta la mujer del Zorro Banderas.