CUMPLEAÑOS

Celebramos los cumpleaños por rutina. Asumimos la función de cumplir años, como si esto supusiera un contrato que nos obliga el hecho de vivir, de seguir vivos y por tanto de celebrar la existencia. Pero ¿es que los muertos no cumplen años? Yo creo que sí, que también cumplen años y, unas veces conmemoramos el aniversario de su fallecimiento y otras celebramos su nacimiento. O quizás ni conmemoramos ni celebramos el cumpleaños del difunto. Porque, qué sentido puede tener recordar el paso del tiempo de una persona cuya existencia se mide en una eternidad, es decir, en lo contrario de un tiempo con duración limitada, de un tiempo contable y limitado por una existencia fugaz. Así pues, conmemoramos más el aniversario del fallecimiento que el nacimiento del difunto, y lo hacemos a través de la memoria de cuando estuvo vivo, mediante un homenaje que se basa en los recuerdos de la vida del ser fallecido, de los múltiples momentos, anécdotas e historias que cuajaron su vida.

Los muertos cumplen años desde su fallecimiento, mientras que el año del nacimiento se celebra entre los vivos, entre los que aun valoran el milagro de la vida. Y entre los vivos el cumpleaños pasa por distintas etapas a lo largo de nuestra existencia, porque si bien desde pequeños nos instruyeron en el ritual de celebrar el aniversario del nacimiento como un modo de ser mayor, de avanzar en la existencia y vivir desprendiéndonos de cuanto suponía la etapa infantil, adolescente y luego juvenil para ser definitivamente adultos, lo cierto es que una vez nos consideramos adultos vivimos los cumpleaños con un cierto deje de tristeza, porque los tiempos pasados se observan a partir de entonces con nostalgia, y porque la memoria comienza a dotar aquellos años de una pátina de felicidad. Y es que hacernos mayores, es contar los años que nos pueden quedar de vida y no los años que nos quedan para hacernos adultos, que ha sido la trampa en la que nos hicieron caer nuestros mayores cuando aún desconocíamos el valor del tiempo en la existencia finita de nuestras vidas.

TRADICIONES FESTIVAS

Ya han pasado las fiestas locales, regionales, junto al puente y la semana, cuando no la quincena, en las que como manda la tradición, una buena colección de logroñeses parte con premura hacia las playas levantinas para recalar en la ciudad por excelencia que es Benidorm. Y esto a pesar de que inevitablemente hemos disfrutado, reído, jugado y representado todos los papeles que nos han dado en cualquiera de los escenarios festivos, y desde nuestra más temprana infancia hasta bien entrada nuestra adultez. También, llegados a este punto, nos hemos aguantado, aburrido y sufrido con las mismas fiestas en las que antaño nos sumergíamos con pasión.

Y es que, en definitiva, en tiempos de masificación y estandarización de las fiestas nos encontramos en ese espacio-tiempo liminal en que ni amamos ni odiamos el periodo festivo, pero que nos impele a huir, a salir y encontrar una oportunidad de disfrute del tiempo de fiesta, aunque en otra dimensión alejada de la que nos propone periódicamente la ciudad. Siempre hay esperanza.

Si tuviéramos más vuelos o más trenes, con salidas programadas a los diferentes lugares que se  representen como la antítesis de la cotidianidad del acontecer festivo, ya conocido e interiorizado tras un cúmulo de experiencias de todo tipo, estoy convencido que la ciudad quedaría convertida en ese gran teatro, en el que salvo los actores, todos los asistentes son paradójicamente ajenos a la ciudad y a su tradición festiva, la cual encuentran estimulante, mientras que los lugareños serían los foráneos en sus destinos, que disfrutarían por su novedad.

De todo esto son conscientes las agencias de viaje, que ya desde el comienzo de la primavera promueven tours y/o viajes individuales para todos aquellos ciudadanos que saben aprovechar la ventaja del tiempo festivo local para salir, precisamente de ese entorno inhábil para el trabajo, pero válido para el ocio y el descanso. Y no sólo la hostelería, también las compañías teatrales, musicales o de danza, aprovechan ese tiempo festivo para expandir sus actuaciones y aumentar su bolsa y prestigio. Y es que hay tradiciones festivas que crean empleo y riqueza, expandiéndose por toda la geografía del turismo patrio.

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