PROYECTO DESTRUCTIVO

Saludamos con normalidad la alternancia política en el gobierno de nuestras instituciones porque esto permite acceder a cambios y variaciones en nuestro modo de relacionarnos, y es un medio habitual en el ejercicio del poder político para implementar nuevos proyectos que amplíen de forma beneficiosa nuestra forma de vida en comunidad.

Sin embargo, asistimos con pesadumbre a una situación que sigue un curso, un camino por el que no se avanza, sino que se retrocede. Esto está ocurriendo en diversos lugares de nuestro país donde se ha producido un cambio en la toma de poder de las instituciones, pero para no extendernos sobre todos ellos nos fijamos en lo que sucede en la ciudad de Logroño donde el Partido Popular ha alcanzado el poder sustituyendo al Partido Socialista.

Y lo que está presentando el nuevo gobierno municipal no son proyectos novedosos que mejoren la convivencia en una ciudad tan necesitada de espacios relacionales donde se exprese la tolerancia de sus habitantes, si no una disposición a destruir los proyectos iniciados por el anterior equipo de gobierno. Y esto es muy grave porque nos indica que no disponen de ningún proyecto político propio, sino que su plan y diseño político es la reestructuración y reforma de los proyectos ajenos, en un afán de destrucción de cuanto suponía una mejora para el conjunto de la ciudad, al menos para los más de treinta mil ciudadanos que manifestaron con su voto el acuerdo a los proyectos iniciados o dispuestos en la legislatura anterior. Y que ahora, supuestamente, los treinta y seis mil votos al partido popular que le otorgaron el gobierno son para que se dedique a destruir cuanto se hizo y proyectó, desentendiéndose de crear o presentar nuevos proyectos que, tal parece, nunca existieron. Volverán las dobles filas, los ruidos y la contaminación, la inseguridad de peatones y ciclistas, estrechamiento de aceras para manejo de cuatro vías de calzada dos dedicadas a aparcamientos y dos a circulación, junto a un carril bici jibarizado y de donde son expulsados los vehículos de movilidad personal y bicicletas de carga; en definitiva, un proyecto destructivo.

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PARADOJAS DE MOVILIDAD

Qué paradoja que quienes dominan el espacio público con sus vehículos motorizados se sientan agredidos por sus víctimas andantes. Porque, cómo se entiende que quienes ocupan entre el 60 y el 80% del espacio público para depósito y circulación de sus vehículos se quejen de que peatones arracimados y apretados en aceras, reclamen un poco más de espacio para no tropezarse, para poder detenerse y hablar a la sombra de un árbol, siempre que bancos y árboles no hayan sido sustituidos por aparcamientos en superficie, para respirar aire menos contaminante, para poder escucharse sin tanto ruido.

Si las ciudades no son patrimonio de unos pocos, el reparto del espacio público debe tener un carácter más beneficioso para la mayoría peatonal, que para una minoría motorizada; porque quienes recordamos la ciudad de Logroño con calles aún no urbanizadas, con espacios de juego entre los pequeños y de relación entre los vecinos, donde los vehículos más usuales eran los de transporte de mercancías y donde aún se conocían espacios vacíos, hemos visto la destrucción de esos espacios en beneficio de la circulación de vehículos a motor, hasta el punto de sólo quedar pequeñas islas encementadas como son las plazas, y parques residuales donde se agolpan en diminutos juegos infantiles, padres temerosos del tráfico desbocado que atropella una persona cada cinco días. ¿En qué momento se transformó y fue aceptado como norma de progreso el asfaltado de las calles y la reducción de las aceras hasta jibarizarlas? ¿Cómo se dio por sentado que las avenidas se transformaran en circuitos de coches y depósito de estos, hasta el paroxismo de ocupar varias filas, como si fuera un cementerio de chatarra al aire libre? Hoy sabemos que los proyectos de movilidad, de acuerdo con las directrices de la unión europea en su lucha contra el cambio climático, buscan lograr ciudades saludables donde desplazarse se realice principalmente a pie y, como alternativa, mediante transporte público o medios más ecológicos como la bicicleta. Por esto resulta paradójico que para algunos la modernidad se siga entendiendo como la libertad a ocupar cualquier espacio público, reclamando más y más asfalto.

PARROQUIANOS

Me confieso parroquiano a la vez que cosmopolita, porque no entiendo que quienes disfrutamos de la cercanía y la proximidad de los establecimientos comerciales y de las personas residentes en un entorno determinado, estemos reñidos con sentirnos parte del mundo en su diversidad, conociendo y respetando las culturas de esta sociedad globalizada.

Hemos oído muchas veces la sentencia de que uno, no es de donde nace sino de donde pace, es decir de la parroquia a la que pertenecemos y no de la que procedemos, pese a que indistintamente utilicemos una u otra en nuestras relaciones con los demás, según se muestren nuestros intereses identitarios en cada momento, sin que por ello nos desvinculemos del sentimiento de que el mundo es nuestra patria.

Y el mundo es nuestra patria, no sólo cuando viajamos, sino también cuando nos presentamos asiduamente en los lugares públicos, abiertos y concurridos por personas de la aldea global. Entonces, como en otras ocasiones, seguimos siendo parroquianos, no tanto provincianos o localistas, sino parroquianos en un sentido más universal.

No hay contradicción en esto de mantener costumbres como las de frecuentar las mismas tiendas, bares o establecimientos públicos, que por su cercanía o por tradición visitamos asiduamente, con el sostenimiento de actitudes, valores y respeto hacia las manifestaciones culturales de otras personas, que no frecuentan o utilizan de manera habitual los servicios que nosotros consideramos de nuestra parroquia. Somos parroquianos, pero no formamos parte de grupos aislados, limitados en sus percepciones del mundo, de ideología estrecha y de valores restringidos a una minoría, porque somos parroquianos y comunitarios, pero sin límites en nuestro sentido de pertenencia.

Como acostumbro cualquier día, seguiré comprando en los mismos establecimientos cercanos, próximos, donde me conocen como un habitual, y donde yo reconozco a las personas de esos entornos, a las que saludo o me saludan, pues mi memoria fotográfica va perdiendo pixeles, y algo de esto me ocurrió en cierta ocasión, en la que viendo la sonrisa de la mujer que se acercaba le sonreí igualmente, y para celebrar el encuentro nos besamos con familiaridad, al tiempo que descubrimos que no nos conocíamos de nada.

POLARIZACIÓN POLÍTICA

Desde hace tiempo observamos como la polarización política está envenenando la convivencia ciudadana. Cierta gente rechaza a sus oponentes políticos porque ven las cosas de manera diferente a la suya. Por su parte, los medios de comunicación (prensa, radio y tv) amplifican esta polarización, cuando no son ellos mismos quienes toman posiciones encontradas frente a los que no pertenecen a su mismo grupo empresarial o editorial. Y toda esta polarización política se expande hasta la náusea en las redes sociales, donde se imposibilita definitivamente el diálogo o la reflexión.

Pero lo cierto, es que la mayoría de los ciudadanos se encuentran de vuelta de estos intereses creados por los grupos políticos, viéndose más bien interpelados por sus circunstancias personales, bien sean estos de carácter familiar, laboral, sanitario o económico, las cuales son prioritarias en sus configuraciones vitales, y por extensión, comunitarias.

Se espera de los políticos que dialoguen, negocien, y en esto de la negociación, sabemos por experiencia que ambas partes deben ceder algo en sus pretensiones con el fin de consensuar y llegar a acuerdos. Sin embargo, y a pesar de que, en estos meses previos a las elecciones, los candidatos políticos se presentarán en un contexto político de crispación y enfrentamiento, como los defensores del consenso y la convivencia, la realidad de modo impertérrito se manifiesta exhibiendo acuerdos imposibles.

Precisamente del análisis de esta realidad deberíamos deducir que estamos ante políticos inútiles, pues si tras cuatro años han sido incapaces de llegar a ningún acuerdo, una respuesta adecuada debería ser su sustitución por políticos más capaces.

Se podría establecer un libro de balances donde el en el Debe se anotarían todos los desacuerdos y su importancia para la convivencia en sociedad, mientras que en el Haber se anotarían todos los acuerdos conseguidos y su valoración social. Si observamos que en su conjunto suma más el Haber que el Debe, el candidato tendría derecho a seguir en la política, pero si fuera lo contrario, que el Debe es superior al Haber, debería abandonar la política y ser sustituido por personas y candidatos más capacitados para lograr acuerdos que mejoren la vida en sociedad.