LA BRECHA SOCIAL

La sociedad cohesionada (pese a las diferencias de riqueza), segura (tras un sistema de bienestar pese a estar poco desarrollado), y optimista (con perspectivas y objetivos de futuro pese a la ineficacia de políticos y especuladores), se ha transformado en apenas estos dos últimos años en una sociedad quebrada, miedosa y con incertidumbre. Porque las diferencias de riqueza entre unos pocos y la mayoría se han hecho más profundas, porque el precario estado del bienestar se está desmontando a gran celeridad y porque una ola de pesimismo se ha instalado en las conciencias.

Vuelven las dos Españas pero las dos tienen helado el corazón. Es cierto que algo más del 40% disponen de empleo, ahorros, seguridad, y confían en que este momento forma parte de un ciclo en el que a ellos les ha pillado provistos y, aunque miran con desconfianza el presente, piensan que en el futuro volverán a ocupar una posición de dominio. La crisis les afecta, pero en su ritmo de vida consumista y de despilfarro.

En el otro 60% largo se encuentran los precarios, los supervivientes, los que están al límite, aunque cuentan con una red familiar, a veces de amistad, y en ocasiones con los servicios sociales y de voluntarios ciudadanos, que son quienes les proveen de la ayuda suficiente para evitar el riesgo de caída si este se hace inminente. Han cambiado de actividad y están dispuestos a someterse a la voluntad del gobierno, del mercado o del patrón más inicuo con tal de sobrevivir. Han ajustado sus gastos y gastan marcas blancas, gorroneando en los comedores familiares. Pero también se encuentran en este gran grupo humano los que han perdido todo, los fracasados, los sin techo, los sin trabajo ni esperanza de trabajo, los que menudean una limosna o un cigarro (ahora que ya todo da igual, incluida su salud). Han perdido el empleo, la vivienda, los hijos; han gastado sus ahorros y solo disponen de deudas, han perdido la red familiar (por lo que sea), y los amigos se vuelven contrarios. Son los excluidos, los que están fuera del sistema y tan sólo las organizaciones humanitarias (porque ni a los servicios sociales acuden), mitigan en parte las privaciones y la humillación de vivir en una sociedad que les aparta.

Es la brecha social. Una brecha entre los de arriba y los de abajo. Una brecha que por arriba separa a los muy muy ricos de los que se consideran con un estatus de relativamente ricos. Una brecha que separa por abajo a los precarios con la incertidumbre de si su estatus bajará al nivel de los excluidos, de los excluidos y desahuciados, de los sin papeles y extranjeros en su tierra, del detritus del capitalismo.

Estamos arrebatados por el discurso de la crisis, de la deuda pública y la privada y al toque de sálvese quien pueda nos desperdigamos en la selva arrostrando los peligros de una muerte en solitario. Es la muerte social, de toda una sociedad. Y empieza a cundir el pánico porque no encontramos referentes en los partidos políticos, de los que abominamos porque nos engañaron con sus falsas promesas. Los partidos que se denominaban de izquierdas hacen y defienden la política de la derecha rancia y conservadora, y los partidos de derechas se travisten de demócratas, populares y socialistas. Y si buscamos esos referentes en otras organizaciones de masas que en sus estatutos defienden un modelo de sociedad cohesionada encontramos a los sindicatos, que pactaron con aquellos partidos y no supieron defender a los desposeídos del empleo, la riqueza y ahora la seguridad.

Entonces ¿qué nos queda? Podremos cerrar la brecha, la enorme brecha con estas mimbres. Yo creo que sí podemos cerrar esta brecha. Con espíritu solidario y combativo con la injusticia, defendiendo las conquistas sociales de nuestros antecesores y ampliándolas para quienes nos sucedan, buscando auténticos referentes políticos y ecológicos donde nuestra participación sea real y alejada de la maquinaria electoral. Oponiéndonos al desarme moral de una sociedad cohesionada y brindando porque el año 2011 sea el año de nuevas conquistas sociales, con nuestra fuerza, con nuestro empuje, con nuestro valor.

 

ZÁPATAR EN EL PAIS DE LOS SONÁMBULOS

Hace unos días oía de un dirigente sindical que la política social y económica que está llevando a cabo el Gobierno no es la del programa electoral socialista, sino la propia de un gobierno del partido popular, y que su responsable no es Zapatero sino el avatar de Zapatero por el color azul que está tomando su gestión.  Así que aproveché la manifestación del 29-S para preguntar a otros durante su transcurso sobre la posibilidad de encontrarnos con un Zapatero abducido por las fuerzas neoconservadoras.

Algunos se inclinaban por la posibilidad de que en aquella primera reunión del G-20 en que Sarkozy invitó a España a sentarse como octava potencia mundial, en realidad había sido el momento en que las fuerzas del mal, con el gestor de fondos de capital riesgo George Soros de interlocutor, le hicieron la admonición de que si no cambiaba la política económica España acabaría como en el corralito argentino. Fue el momento en que un Zapatero de talante beatífico pensó con horror lo que supondría dejar a España a los pies de los caballos,  y decidió someterse en todas sus consecuencias a los dictados del FMI. De ahí arrancaría el cambio de políticas económicas y sociales, pero aunque parece plausible este cambio radical no me quedé contentó, y decidí averiguar lo sucedido participando en una sesión de espiritismo en la que se invocó al maestro, el psiquiatra y periodista especializado en temas de misterio y parapsicología, Fernando Jiménez del Oso. Han sido seis horas de revelación y desasosiego que trataré de sintetizar en pocas líneas. Los expertos que me acompañaron podrán ratificarlo, pero dudo que quieran atestiguar cuanto averiguamos sobre los cambios que se han observado, no sólo en España sino en otros países de la Unión Europea.

Mucho antes que Zapatero fuera invitado al G-20, creo que a comienzos del milenio, el populista y xenófobo Jörg Haider llegó al Gobierno austriaco. En Francia, Jacques Chirac veía perder electorado a manos del ultra Jean-Marie Le Pen y el crecimiento de los grupos racistas en Europa amenazaba a los partidos tradicionales (populares, liberales y socialdemócratas) que hasta entonces se habían turnado en el poder. Se imponía tomar medidas contra este resurgir del racismo y la xenofobia y, no está del todo claro, en una cumbre de jefes de estado se decidió plantar cara a esta amenaza, adoptando los mensajes en los que se envolvía, quitándole fuerza en las urnas. Fue así como en 2008 Berlusconi se permitió el lujo de declarar la emergencia gitana. Un proyecto por el que se asociaba delincuencia con inmigración, adoptando medidas contra unos 150.000 rumanos gitanos a los que se cerraba las fronteras, invalidando el Tratado de Schengen para la libre circulación de ciudadanos. En aquella ocasión no hubo reacción de Zapatero, o al menos no más allá de cuando le reía las gracias sobre su apuesta por la igualdad de género y el gobierno rosa que el montaría con velinas, coristas y escorts a las que, por cierto, presentó en las listas de su partido a las elecciones europeas. Hace unas semanas, el presidente Sarkozy desmanteló centenares de campamentos gitanos y expulsó a miles de rumanos y búlgaros de esa etnia cual alumno aventajado de Le Pen. Ante esta desfachatez, la comisaria de Justicia Viviane Reding no se cortó al recordar el genocidio nazi de medio millón de gitanos. Fue entonces cuando llegó el respaldo de Zapatero a su colega Sarkozy en el Consejo Europeo sumándose al gallinero de críticas a la comisaria Reding.

Los populares no hace falta decir que no sólo se habían solidarizado con el narciso gabacho, sino que habían empezado su peculiar campaña en las calles de Badalona por si podían ampliar su caudal de votos extremistas. Del trío de las Azores al trío Romaní, pero ¿qué decían los ciudadanos? ¿Había movimientos de airados contra la exclusión, el racismo y la xenofobia? ¡No!, había una princesa del pueblo que bien podía disputar la presidencia del gobierno, admirada, envidiada, atendida, escuchada y repetida por un país de sonámbulos.

Vagamente empecé a urdir tanto hilo suelto. No eran los dirigentes europeos quienes se sometían a los dictados del FMI o del Bundesbank, era un país de sonámbulos al que se le podía recortar el salario, congelar sus pensiones, ampliar su periodo de cotización si quería cobrarlas, someter al dictado de los empresarios y la dictadura de las entidades financieras, y al mismo tiempo podía gritar con fuerza ¡VIVAN LAS CAENAS!

EL AZAR

Cualquier actividad, incluso la más planificada u organizada está sometida al azar. Nuestra vida no depende exclusivamente de nuestra voluntad, de las directrices de la organización política, económica o social en la que estamos jugando desde hace mucho o poco tiempo y que nos indican el camino a seguir. Nuestra vida y nuestros actos están sometidos al azar, y como en la película de Woody Allen “Match Point” la pelota de tenis rueda por el borde la red hasta que finalmente cae de un lado u otro significando la victoria y la derrota y, en definitiva, el fin del juego y el partido para cada uno de los jugadores. En este film, Woody Allen deja muy claro que ni siquiera los crímenes tienen castigo porque el azar incluso puede cambiar los resultados esperados de las acciones y el comportamiento de las personas. En cualquier caso, la irrupción de lo que denominamos suerte pero que no es otra cosa que el azar, puede cambiar nuestro futuro y devenir.

Aun sabiendo de la existencia de esta combinación de casualidad y capricho interviniendo en nuestras vidas, no por ello pensamos que estamos predestinados o determinados (salvo algún calvinista recalcitrante), sino que admitimos que la vida es un juego donde como jugadores analizamos las diferentes estrategias, tanto propias como ajenas, con el fin de adoptar decisiones que nos permitan acabar con las incertidumbres y obtener los resultados apetecidos. Ya en 1944 se publicó el libro “Theory of Games and Economic Behavior” obra de un matemático, John von Neumann, y un economista, Oskar Morgenstern, y desde entonces no solo matemáticos y economistas, sino politólogos y sociólogos han desarrollado esta teoría de los juegos, aplicándola a diferentes modelos. En política, los partidos básicamente tratan de buscar al votante medio, conocer sus gustos preferencias, intereses, principios, valores, etc., para maximizar el discurso político adoptando cuanto puede ser propio de ese votante medio a partir del cual obtendrán la ventaja electoral sobre otros partidos, ya que sumarán los votos a la derecha e izquierda de ese votante medio.

Sin embargo, en el desarrollo de la teoría de los juegos,  la política no parece que cuente con la masa de votantes sobre la que organizar los modelos. En estos momentos los llamados votantes muestran en numerosas encuestas el hastío y el cansancio por el juego de los partidos políticos, las disputas partidistas, señalando el bajo perfil de sus líderes, incapaces de conectar con su vida y existencia. Una existencia donde se mezclan situaciones de desamparo tan crueles como los hogares donde todos sus miembros están parados, donde se realquilan habitaciones para sobrevivir, o donde los hijos retornan a la casa de sus padres jubilados para compartir la rala pensión de jubilación. Donde la austeridad y el ajuste de su economía no les permite desde años salir una semana de vacaciones o salir por ahí una vez al mes. Donde una economía de guerra les lleva al consumo de productos, llamados blancos eufemísticamente, o bien a cambiar de dieta (para muchos una dieta proporcionada por el banco de alimentos).

Donde se acaba la prestación por desempleo y no existe otra clase de subsidio (por ejemplo una renta mínima de inserción, o subsistencia, o de ciudadanía, que el nombre para el caso da igual); donde la red que amortiguaba la exclusión se hace más pequeña y sólo el azar puede impedir verte en la calle. Donde la edad (mayores de 45 años), el género (mujeres), o la nacionalidad (inmigrantes), pueden ahondar más el abismo al que se precipitarán quienes muestren algunas de estas señas de identidad. Donde los autónomos ven perder sus negocios o sus trabajos porque nadie les compra o les reclama y como no disponen de prestaciones echan manos de los ahorros, si los tienen, hasta que los agotan.

Cuando las ONGs, las asociaciones, la red social y familiar se acaba o da signos de agotamiento algunos despliegan toda clase de estrategias de supervivencia, otros se desesperan y piensan en robar, y también hay quienes confían en la suerte y el azar y deciden jugar. Sin embargo, en esto de los juegos de lotería la suerte parece sonreír también a los políticos. En La Rioja, el consejero de presidencia, señor Del Río, lo puede atestiguar; pero quizás, el más emblemático en estas fechas ha sido el presidente de la diputación de Castellón, el señor Fabra, un hombre afortunado al que en unos pocos años le sonrió con acierto la lotería en más de una ocasión (la última en el sorteo del niño le reportó un premio de dos millones de euros).

El señor Fabra debió pensar que aquello de afortunado en el juego desgraciado en amores no iba con él, pues la fortuna acompañaba a todo el clan familiar; pero mira por dónde intervino una vez más el azar para estropearle un futuro tan venturoso. En su fuero interno sabía que en el partido son tantos los corruptos y chorizos que utilizan el poder político para forrase, que sus actos pasarían desapercibidos en el conjunto amplio de correligionarios inmersos en tanta actividad delictiva. ¡Ja!, la bola de partido no podía seguir en el aire tanto tiempo y ahí estaba el azar inclinando la justicia hacia su encuentro, sin por eso descuidar amigos y allegados participantes en esa tupida trama que el poder teje como en las mafias sicilianas. Puede que la vida sea como la lotería en la que el azar nos conduzca hacia uno u otro lado de la red, pero no dejemos que jueguen por nosotros. Suerte.

EL BURKA Y LA IDENTIDAD PERDIDA

Este artículo se publicó en Rioja2.com el diez de febrero de 2010. Sobre la Grandeur y monsieur Sarkozy y totalmente de acuerdo con Sami Naïr:

http://www.elpais.com/articulo/internacional/Burka/elpepiint/20100227elpepiint_9/Tes

Hace unos días, el primer ministro francés, François Fillon, mostraba una serie de medidas patrióticas con el fin de reforzar la identidad gala. Una identidad perdida, según el gobierno francés, ante la llegada de extranjeros que no han hecho suyos los símbolos y valores de la República, y que la atacan y socavan con sus manifestaciones antipatriotas, como se considera a las pitadas y silbadas de la Marsellesa cada vez que la selección nacional de fútbol juega contra un equipo magrebí, pese a que entre sus filas cuente o haya contado con jugadores de la talla de Zidane, verdadero icono de la juventud francesa de origen argelino.

Hace unos meses, el presidente Sarkozy estimuló un debate acerca de prohibir el uso de la vestimenta femenina, como el burka o el niqab, que es una prenda que sólo deja descubiertos los ojos, entre las integrantes de corrientes religiosas islamistas fundamentalistas, al advertir que el burka “no es bienvenido en Francia”. Sarkozy aprovechaba una decisión antecedente del Ministerio de Inmigración  e Identidad Nacional, de denegar la nacionalidad a un hombre que obligaba a su mujer francesa a vestir el burka. Ya en 2008, también se había denegado la nacionalidad francesa a una mujer marroquí, de la corriente salafista, que vestía con el velo integral.

Los parlamentarios de la mayoritaria UMP, consideraron que este tipo de manifestaciones públicas (vestidos y silbidos), deberían ser prohibidos en el espacio público, pues van contra  las señas de identidad francesa. Pero si bien la vestimenta es fácil de reglamentar su uso, más difícil lo tienen contra la voluntad libre de expresarse mediante silbidos, pitos y cuchufletas. De ahí que mediante el ardid del ministro de Inmigración e Identidad Nacional, al crear una página web para que los franceses se expresaran acerca de lo que entendían por identitario, y tras diferentes sondeos de opinión pública en los que más de la mitad de los encuestados se manifestaron en contra del uso del burka, el gobierno se sintiera respaldado para sacar una lista provisional de medidas en defensa de la identidad nacional.

Son medidas provisionales, pero que denotan el verdadero objetivo que enmascaran, que no es otro que la lucha contra el establecimiento de una sociedad multicultural y la imposición de una cultura homogénea, bajo el paraguas de la República. ¿O es que no resulta ridículo que una identidad tan poderosa como la francesa, que ha sometido bajo su bandera, su himno –la Marsellesa- y los valores republicanos de libertad, igualdad y fraternidad, a numerosos pueblos y naciones, pueda sentirse ahora amenazada por algo menos de dos mil mujeres musulmanas que utilizaban como vestimenta el burka?

Como en los aeropuertos, podría restringirse el uso de ciertas prendas si estas atentan contra la seguridad, o bien si se trata de prevenir la violencia o la delincuencia; pero nunca como un medio de limitar la libertad de las personas con el justificante de que van contra los valores culturales de la identidad. Por que los valores culturales son subjetivos y pertenecen a los ciudadanos y a los grupos de ciudadanos que los comparten, pero nunca al Estado, ni a su supuesta y falsa identidad colectiva. Ni siquiera es atribuible esta restricción a la supuesta defensa de las mujeres, pues para muchas mujeres musulmanas la vestimenta que las cubre parcial o totalmente es un signo de identidad y no un signo de sumisión. ¿Qué restricción podría imponerse a las mujeres que muestran y no cubren su cuerpo, parcial o totalmente? ¿Habría que obligarlas a cubrirse para no demostrar sumisión a los intereses libidinosos de los hombres? Resulta ridículo, casi tan ridículo como cuando se impuso la moda entre los adolescentes de mostrar su ropa interior, un modo más de construir su identidad, y algunos centros escolares impusieron sanciones por esta forma de vestir. Al final se impuso la voluntad individual de los jóvenes, y las normas acerca de lo que se entendía por corrección en el vestir se guardaron en el cajón demodé.

La identidad no puede forjarse restringiendo las libertades individuales, o los referentes que la soportan si estos son múltiples y variables. En suma, no se deben enfrentar las personas y las comunidades a las que se adscriben, por muy profundas que sean las diferencias étnicas, religiosas, de lengua, vestido o alimentación, etc. Hay que construir esa identidad mediante políticas inclusivas, que reconozcan a todos los mismos derechos, entre otros el de vivir y relacionarse en una sociedad que asuma los cambios culturales y la pluralidad de sus manifestaciones. Lo demás es practicar la búsqueda del santo grial, perdón, la búsqueda de la identidad perdida.

CARA Y CRUZ DE LA EDUCACION

Este artículo se publicó en Rioja2.com el uno de diciembre de 2009. Mi intención era que la necesidad de firmar un pacto por la educación no desviara la mirada de la importancia de apoyar por encima de todo a la escuela pública y laica.

Escuchamos desde hace días, como si de un mantra se tratara, que es necesario firmar un gran pacto por la educación. Unos dicen que debe formalizarse entre los partidos políticos. Otros entienden que este pacto debe suscribirse entre gobierno central y gobiernos autonómicos que tienen transferida esta competencia. Otros abogan (el ministro entre otros), por un pacto que englobe a todos los agentes educativos incluyendo sindicatos y organizaciones profesionales, consejos escolares, asociaciones de padres y madres, de estudiantes y, por supuesto, grupos políticos insertos en el Parlamento. Pero claro, un pacto educativo en el que intervienen tantos actores y con intereses tan diversos es más bien la cuadratura del círculo, máxime cuando no existen por parte de casi ninguno objetivos generales, del bienestar general o del común de los ciudadanos, sino que cada uno busca satisfacer sus demandas o necesidades particulares, de poder, prestigio, dinero o status.

Conocedor el ministro Gabilondo de la vastedad de esta tarea de aunar voluntades en torno a un documento sobre el que estampar la firma, ha comenzado por lanzar, como si se tratara de una tormenta de ideas, algunas líneas, más vagas que concretas, sobre las que comenzar a elaborar ese documento. Por ejemplo, ampliar la enseñanza obligatoria hasta los dieciocho años y elevar el nivel de titulación obligatoria (ahí se encuentran algunas demandas en favor de disminuir la carga docente de la ESO y aumentar la del bachillerato), reformar la formación profesional elevando el nivel de sus exigencias hasta competir con los estudios universitarios, acabar con las reformas escolares y las leyes impulsadas en función del cambio de gobierno, y otras cuestiones que no son menores pero sí con menos impacto mediático, como reforzar la autoridad del maestro, dar una formación continua al profesorado desvinculándola de mejoras en el nivel retributivo, aumentar el grado de participación de las familias, elevar el gasto de la educación no universitaria por encima del gasto medio de la OCDE en relación al PIB, etc., etc.

Vale, un conjunto de buenos deseos alejados de la realidad del modelo educativo español, aún sujeto al pasado inmediato de la escuela nacional-católica basado en la segregación en función de la clase social, el género y la etnia, que distribuía a los niños en escuelas segregadas según fuera el nivel socioeconómico de las familias (en escuelas públicas o en centros religiosos –hoy concertados-), o según fueran niñas (en aulas distintas y separadas de los niños) y según fueran gitanos (hoy también los hijos de inmigrantes). El modelo educativo español tiene otras cosas que le separan aún más del conjunto de países europeos que los resultados que ofrece el Informe PISA, y es que con dinero público se financia la educación privada, elitista y religiosa (católica por supuesto). Por si esto fuera poco, dos tazas de caldo: la educación privada en España supone algo más del 30% del conjunto del sistema educativo, veinte puntos por encima de la media europea. Así, el resultado de esta situación especial si se quiere incrementar el gasto en educación y mejorar el sistema público educativo, es que a la vez hay que mejorar los resultados económicos de la segregacionista educación concertada.

Vaya dilema, si queremos ponernos a la altura de los países que mejor funcionan del mundo y donde los jóvenes salen mejor preparados para la vida, tendríamos que romper con el modelo segregacionista y retomar el modelo europeo de escuela pública y laica. Un modelo partidario de la educación para la ciudadanía y alejado del crucifico en las escuelas, como sentenció el tribunal de Estrasburgo el pasado tres de noviembre. Pero, según sentenció también el tribunal constitucional español, hay que garantizar la libertad de elección de centro de los padres, y para garantizar este derecho constitucional hay que financiar los centros privados y religiosos con dinero público que se detrae de la escuela pública y laica. Jesús, qué cruz.