Este artículo se publicó en Rioja2.com el 23 de diciembre de 2009. Por aquellos días era vox populi que el más presumido de los consejeros de la corte del Gran Hortelano había dejado a su chófer de copiloto mientras él ponía el buga oficial a una velocidad de muerte.
Estos días hemos asistido a una serie de manifestaciones realizadas por responsables de partidos políticos y sindicatos acerca de la conducta del consejero de Presidencia del Gobierno de La Rioja, Emilio del Río, el cual protagonizó un incidente impropio del cargo público que ostenta. Todo parece indicar que este consejero condujo un coche oficial de Logroño a Zaragoza, con el conductor de paquete, porque este “se negó a vulnerar la Ley de Tráfico y a poner en riesgo su puesto de trabajo”, recorriendo los ciento setenta y pico kilómetros que separan Logroño de la estación del AVE en Zaragoza, en menos de una hora.
Un comunicado del sindicato UGT señalaba que los conductores del Gobierno regional son los responsables “de cualquier incidencia” que ocurra con los vehículos desde que se les entrega una orden de servicio. Por esto calificaban de “irresponsable” al consejero, al ponerse al volante “y privar al conductor de su herramienta de trabajo por sus prisas”, asegurando que mientras condujo el coche oficial “sobrepasó con creces los límites de velocidad establecidos”. Por su parte, el secretario de Organización del PSOE riojano, calificaba al consejero de Presidencia Emilio del Río, de “símbolo de la prepotencia y la chulería con el que se utilizan las herramientas públicas para uso personal”, dado que ese día el consejero “no tenía agenda oficial”.
En estas manifestaciones no se encara el trasfondo de esta actuación de quien además es responsable de las campañas de seguridad vial y conducción responsable entre los jóvenes riojanos. Por que en el trasfondo político podríamos determinar la existencia de un sistema clientelar, donde la hegemonía del poder sobre los recursos administrativos se utiliza en beneficio privado, o de los clientes que establecen una relación de confianza con el patrón al que con sus votos ayudan a mantenerse en el poder.
La relación clientelar es una relación asimétrica y desigual, pues se basa en el ejercicio de la hegemonía y la dominación de quienes ostentan mayor capital social, simbólico y económico, que lo utilizan para afianzar las relaciones de dependencia política de sus clientes, pero también para la inculcación del sistema en las jóvenes generaciones.
Esto lo sabe el consejero Emilio del Río que domina el escenario de la información y la comunicación, ejerciendo de portavoz con singular acierto en medios próximos al poder regional, es decir, casi todos. Este antiguo profesor de latín, al que su mujer tacha con gran devoción como su santo (copiando la expresión a Elvira Lindo), se maneja en los medios con un sentido de superioridad y una creencia exagerada en su propia importancia, característica de una personalidad narcisista (creo que es así como la definirían mis amigas psicólogas). Personalidad que se puede reconocer en las fotografías, pues en las de grupo es el único que mira al objetivo preciso; y en las individuales, o en la televisión es la persona que se gusta (eso no quiere decir que le guste a la cámara). En la radio le encanta escucharse, sobre todo en esos largos y algo gangosos parlamentos en los que crítica a sus opositores y ensalza las virtudes de los suyos. En dichos parlamentos su comportamiento es a menudo ofensivo, arrogante y hasta cierto punto mezquino.
Dicen en psicología, que las personas con una personalidad narcisista, como creen que son superiores en las relaciones con los otros, esperan ser admirados y, con frecuencia, sospechan que otros los envidian. Sienten que merecen que sus necesidades sean satisfechas sin demora y por ello explotan a otros, cuyas necesidades o creencias son consideradas menos importantes. No se si puede adjudicarse esta personalidad narcisista al consejero de Presidencia Emilio del Río, pues a mi modo de entender estaría más cerca de la personalidad autoritaria como señalaba T. W. Adorno en 1950.
En cualquier caso, como buen latinista seguro que conoce las “Vidas paralelas” de Plutarco, donde cuenta que un rico patricio estaba enamorado de Pompeya (la mujer de Julio César), y con ocasión de una fiesta se coló en su casa, pero descubierto, fue apresado, juzgado y condenado. Además, César reprobó a Pompeya, a pesar de estar seguro de que no había cometido ningún acto reprobable, porque no basta que la mujer del César sea honesta; también tiene que parecerlo. Tómese pues en consideración a Plutarco y recuerde que el ejercicio del poder exige ser como la mujer del César.
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